Cultura

El hecho escénico

 

En el mundo teatral cada proceso es singular y, pese a estar sujeto a un libreto muerto con acotaciones predeterminadas, los resultados varían dependiendo de una serie de circunstancias únicas. Esto porque la lectura es imaginación y esta es individual en cada cabeza si la testa está bien formada. Enfrentar el texto, comprender su dimensión y realizar el trabajo de creación es siempre un avatar.

La primera de las citadas circunstancias radica en si se efectuará o no una adaptación. Trabajo que no es otra cosa que la interpretación que se le da a una obra escrita y que, por diversas razones, no funciona como fue concebida. Uno de los factores principales radica, generalmente, en que los lapsos de atención del público que asiste a las salas es cada vez más corto y la época en que fueron concebidas era ajena a los recursos y pensamientos contemporáneos.

La segunda se afinca en la capacidad que el director posee para confeccionar el todo que redundará en el hecho escénico. En este ítem cabe el modo en que logra hacerse entender con los artistas y más adelante, los técnicos bajo su férula. Cada director es un universo y por ende suele imprimir mucho de su personalidad, alcances creativos y su cuota artística personal. Claro, cuando la pieza no es un refrito de Broadway amarrado a ser copiado eternamente. Su comprensión en cuanto a la dimensión de la palabra es vital en la esencia de los valores contenidos en ella. Es él quien determina la dosificación de signos, balances y emociones, para otorgarle una proporción matizada al conjunto.

El actor es la vía de ejecución más importante dentro del proceso. Como tercera circunstancia es la mancuerna cuya complicidad es necesaria en la práctica de la representación.  Sus procesos individuales, el sentimiento que desarrolla en la interpretación de sus personajes, son la mezcla que da vida, intensidad y finalidad, a seres ficticios que toman fuerza efímera sobre el escenario.

Una conjunción de energías que aterrizadas y asimiladas por todas las partes, están listas para presentarse ante un público que se transforma en el censor del producto final.  Es este quien en esa consumación acepta el contrato implícito y hace su parte creyendo la ficción propuesta. Ahí radica su magia, encanto y poder.