Columnas

Prominentes compositores

En los últimos 200 años, docenas de prominentes compositores negros de América y otras partes de la diáspora africana han luchado para ser reconocidos por la tradición clásica occidental.

El primer ejemplo es Chevalier de Saint-Georges (1745-1799). Nacido en Guadalupe, hijo de un hacendado rico y una esclava, fue llevado a Francia a una edad temprana.

En esa nación, además de distinguirse como campeón de esgrima, profesor de violín de María Antonieta y coronel del ejército republicano, su prodigioso talento musical le valió ser reconocido como “Le Mozart noir”.

Saint-Georges fue un compositor prolífico (con varias óperas, conciertos para violín, 15 sinfonías y numerosas obras de cámara) y un raro exponente francés de la composición para violín clásica temprana.

Se cree que entró en contacto con George Bridgewater (1778-1860), un violinista de origen africano nacido en la actual Polonia, a quien su padre (que probablemente nació en Barbados) lo había llevado a Londres a la edad de 9 años. Ahí se muestra como un niño prodigio, que se presenta delante de personalidades de la talla de Thomas Jefferson y George IV.

Varias de las composiciones de Bridgewater sobreviven, aunque pocas se han registrado. Su historia fue también la base para una ópera de 2007, escrita por Julian Joseph.

Otro destacado compositor, Samuel Coleridge-Taylor (1875-1912) nació en Croydon, de madre inglesa y padre procedente de Sierra Leona. Como estudioso de violín en el Royal College of Music, aprendió composición con Charles Villiers Stanford y pronto desarrolló una reputación en ese campo. Edward Elgar lo recomendó para participar en el festival Tres Coros de 1896. Murió de neumonía a los 37 años, pero ya había viajado tres veces a América y actuado ante Theodore Roosevelt en la Casa Blanca.

Composiciones como African Suite de Coleridge-Taylor intentaron incorporar influencias africanas de la misma manera que, por ejemplo, Dvorák utiliza temas populares húngaros. Pero son mejores sus creaciones para violín y orquesta, elegantes piezas del romanticismo.

Como Alex Ross observa en su estudio de la música clásica moderna, El resto es ruido, la historia de la composición afroamericana durante el siglo 20 está llena de cuentos tristes (continuará).