Cultura

Los tres reos

Salió del hospital. Se subió a su auto y enfiló hacia el Palacio de la Policía. Llamó a Fabio y a Julia para solicitarles que cada uno avanzara en sus investigaciones. Fabio debía obtener toda la información posible de los tres presos. Además, tener listo un helicóptero para trasladarlos adonde fuera necesario y coordinar la protección a Wendy y a los hijos del comisario Pérez Chanán. Julia coordinaría, junto con el director del presidio, la ubicación de los reos y realizaría el trámite para que enlazaran el teléfono celular del comisario a la central de la Policía para localizar las llamadas, grabar la voz y rastrear la ubicación del delincuente.

Tras terminar las llamadas, el comisario llamó a Wendy. Le pidió que ella, los cinco hijos y Muñeca, su perra, permanecieran dentro de la casa. Le advirtió que habría patrullas cuidándolos, pues una alerta indicaba que alguien podría intimidarlos. Wenceslao prefirió no decirle a su esposa que alguien quería eliminarlos, pues no concebía la idea y le costaba hasta pronunciar tal desfachatez. Ella, que comprendía, sin que su esposo le explicara, lo difícil de vivir con un policía, obedecía sin cuestionar las palabras del comisario. Desde que se casaron y tuvieron el primer hijo, ella siempre estaba de su lado. Sabía perfectamente la capacidad de su Wenceslao. Los casos que le asignaban eran los más delicados y peligrosos del país. Por lo tanto, ella había decidido no enfrascarse en preguntas ni cuestionamientos, sino proteger su integridad física y la de sus hijos.

Cuando el comisario terminó de subir las gradas de los tres pisos que lo llevaban a su oficina, su camisa ya estaba totalmente mojada de la espalda. Como en otras ocasiones, ubicó su pañuelo en el cuello, pues muchas de las gotas de sudor que salían de su cabeza impactaban directamente en esa parte de su cuerpo. A los pocos minutos, de ser un pañuelo inmaculado pasaba a ser un trapo sucio y totalmente húmedo.

Julia lo recibió con una taza de ponche, la cual rechazó rotundamente Wenceslao. Sin embargo, ella sacó de la gaveta de su escritorio una botella de Predilecto, la cual mostró por breves segundos, y tras giñar su ojo la volvió a esconder. Entonces el comisario tomó el vaso y bebió un largo trago de ponche cargado.

Fabio anotaba fechas, datos cronológicos y diversa información con tiza en el pizarrón del fondo. Leía varios documentos que, como estudiante de nivel básico, repasaba y se levantaba para anotar lo más relevante.

—¿Cómo vamos?

—Ya está listo el operativo y coordinado todo lo del helicóptero. Ya están ubicados los tres reos. También contacté con el director del presidio, Elliot Reyes, quien está anuente a cooperar con nosotros en todo lo que sea necesario, comisario.

—Me suena ese Elliot Reyes. ¿Ya les informó al director y al Gordo (el Gordo era el apodo que entre los funcionarios le daban al ministro de Gobernación y seguridad)?

—El jefe de todos dice que procedamos. Como siempre, que le avisemos solamente que haya una novedad com…

—Evitemos los comentarios, Julia. ¿Y el Gordo?

—No, nada. Son sus vacaciones y no contesta, pero el jefe de todos está al mando, comisario.

El comisario bufó mientras se sentaba en su escritorio. El reloj parecía que había aumentado su ritmo. Las gotas de sudor, provocadas por la subida de las casi noventa gradas, más lo caliente del ponche con Predilecto, habían convertido su cuerpo en un sauna húmedo. Todos tenían mucho frío: Julia usaba una bufanda de lana negra con blanco, guantes y botas altas. Fabio, una chaqueta de cuero, la que cubría una camisa con cuello de tortuga. El comisario vestía una camisa de uniforme, pero sin camiseta y ninguna otra prenda que lo protegiera. Un muy desgastado pantalón de lona y zapatos bajos, sin calcetines.

Wenceslao llamó a Fabio, quien se aproximó con una buena cantidad de papeles. Tenía sus manos manchadas con tiza y su boca casi tartamudeaba mientras hablaba.

—¿Ya se tomó un su ponche, comisario? Qué alegre que Enio esté bien. Cuatro efectivos lo están cuidando. Hay dos patrullas fuera del hospital y tenemos gente adentro de apoyo. Así estamos más tranquilos. Su esposa y los niños están a buen resguardo. Qué cosa tan extraña eso de las amenazas. ¿Ha sacado algunas conclusiones?

—Fabio, es muy temprano, pero a la vez es muy tarde para ellas. Estamos a pocas horas y temo que esta vez no podamos parar a ese o a esos locos que nos están amenazando. Ya no sé ni por dónde comenzar. Créame, que yo recuerde, nunca hemos estado en una situación similar a esta. Nunca.

El comisario y Fabio revisaron minuciosamente los tres expedientes de los reos como para encontrar alguna relación, algo que pudiera ofrecer una luz que los llevara hacia una pista.