Cultura

Libros de arte

Tengo la suerte de trabajar en un centro de documentación y, a partir de las alianzas estratégicas que este mantiene con otras entidades, de estar en contacto con un universo particular de iluminados. Investigadores, la mayoría de las veces, en localizar documentos relativos al arte, los artistas y el entorno en el que estos crearon. Todos son buscadores ávidos de información que, en distintos tipos de formato, se ha producido en grandes cantidades, pero fuera del ámbito especializado pareciera no existir. 

Hace algún tiempo escuché en una conferencia que durante la Edad Media el conocimiento quedó concentrado en pocas manos. Que la avaricia de poseerlo, y no compartirlo, generó la sensación de que este había desaparecido y con él muchas comunidades se sumieron en un atraso tecnológico que duró varias centurias con diversidad de consecuencias sociales devastadoras. De hecho, ese rezago puso en peligro incluso a la propia Iglesia católica, que en la evolución de sus disquisiciones creó una institución abstracta que solo pudo ser mantenida por la fuerza. El ponente manifestó, también, que la aversión que los estudiantes contemporáneos sienten por la lectura era un equivalente que estaba llevando Guatemala a una nueva edad media. Apocalíptico, ¿no? Quizá podamos entender un poco lo que este decía con solo ver el modo irracional con el que los conductores se manifiestan a las horas pico.

Encerrado en mis afanes, rodeado por personas afines a mis intereses, muchas veces no me doy cuenta de que la mayoría de la gente fuera de mis fronteras no está entendiendo nada de lo que hablo. Que en realidad no les interesa y que a veces es hasta pesado escuchar referirme a los artistas y sus creaciones, porque es algo completamente ajeno a su comprensión. Muchos de ellos identifican a la señorita Laura pero ignoran completamente qué es la Bienal de Arte, Juannio o Junkabal.  Esos son territorios que consideran hostiles porque no tienen nada que ver con sus intereses. Si no son los realities o los pokémon, el panorama se reduce notablemente a una vacuidad alarmante.

Lo más triste es que, aunque se hable de hacer un movimiento educativo renovador, mientras el magisterio público siga sumido en la época del oscurantismo poco se podrá hacer.  Finalmente, todas las alarmas sonarán bla, bla, bla, eternamente.