Columnas

¿A dónde va Guatemala?

Quien esto escribe tuvo la posibilidad de participar, recientemente, en una actividad dedicada a revisar el estado de cumplimiento del Acuerdo Sobre Aspectos Socioeconómicos y Situación Agraria (Asesa), firmado en mayo de 2016, en la ciudad de México, entre el Gobierno de Guatemala y la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca.

El balance del Asesa no puede ser más deprimente. Anotemos algunas de las acotaciones del autor de estas líneas sobre el particular:

• El modelo económico impulsado por el poder oligárquico, distinto al implícito en el Asesa, no dio lugar al crecimiento sostenido de la economía, ni al desarrollo social. La economía se transformó, pero en un sentido distinto al acordado o supuesto. De país agroexportador tradicional pasamos a uno neoexportador y de servicios: de banana republic a maquila republic.

• Se acentuó la dependencia hacia el Norte, incluyendo la vulnerabilidad a los ciclos económicos de Estados Unidos. El principal “producto” de exportación hacia la potencia norteamericana es la mano de obra emigrada, cuyas remesas aportan ya más de $6 mil millones anuales.

• Los indicadores sociales básicos en salud, educación, vivienda, servicios comunitarios siguen siendo los peores de América Latina. Quedaron sin resolverse los problemas estructurales a los que apuntaba el acuerdo.

• El desarrollo rural sigue siendo una asignatura pendiente, la conflictividad agraria continúa siendo una realidad cotidiana. El modelo extractivo acentuado, aumentó la presión sobre los recursos naturales y las tensiones sociales derivadas.

• La pobreza y la extrema pobreza son esencialmente rurales. Cerca de la cuarta parte de la población rural vive en extrema pobreza. Mientras la extrema pobreza afecta al 11 por ciento de la población urbana, en el área rural la incidencia es de 35.3 por ciento. El 40 por ciento de la población indígena es pobre y en la población no indígena la pobreza es de 12.8 % (Encovi 2014).

Sin pretender que lo anterior agote el balance y sin hacer gala de radicalismo, no puede evitarse una conclusión tajante: fueron 20 años perdidos.

Lo estimulante del ejercicio fue escuchar el juicio crítico de los líderes campesinos participantes: debe dejarse atrás, dijeron, el plano de las lamentaciones.

Es tiempo de actuar: desde la interpelación a la institucionalidad de la paz para que cumpla su papel, hasta la posibilidad de emprender acciones legales en contra del gobierno, por incumplimiento de sus responsabilidades constitucionales.

Aún más importante, destaca la claridad de estos liderazgos –por encima de sus evidentes divisiones tácticas y orgánicas– sobre el agotamiento del proyecto burgués-oligárquico. La idea de refundar el Estado, o de fundar un nuevo Estado ha echado raíces profundas.

Nadie puede decir, hoy, adónde va Guatemala. Pero en la formulación de la respuesta deberá contarse con quienes ya se cansaron de ser excluidos y son, ahora mismo, actores en el diseño del amanecer que se atisba en el horizonte.