Columnas

Negándonos a ver la dura realidad

La propaganda chouvinista difundida por las élites nos ha hecho ciegos ante la desastrosa realidad que vive el país. Si el tratamiento de los desechos domésticos e industriales es una cuestión que requiere urgente solución, es imperioso asumir que aquello de “país de la eterna primavera” no es más que una frase vacía de contenido, pues en la realidad lo que tenemos es un medioambiente diariamente depauperado, aunque se divulguen celajes de atardeceres y amaneceres hermosos.

La naturaleza ofrece bellos espectáculos en todas partes del mundo, y la geografía guatemalteca, a pesar de nuestras irresponsabilidades, aún puede brindarlos. El país tiene también espectáculos populares interesantes, así como obras arquitectónicas que, construidas a través de los cinco siglos de predominio criollo a costas del trabajo de indígenas y mestizos sobre explotados, merecerían mejor destino. Las distintas manifestaciones artísticas han tenido en el país valiosos realizadores, desconocidos en su mayoría por no haber conseguido huir a sociedades mejor organizadas que valoraran y difundieran sus logros.

Ante tal descuido, todo resulta minimamente aprovechado para hacer del turismo una industria que, además de floreciente, permitiera al país crecer con equidad y sin contaminación. Sin embargo, con esa miopía nacionalista con la que las élites económicas e intelectuales nos tienen alienados, el manejo y promoción del turismo es solo el negocio de los miembros de las roscas que rodean a los grupos gobernantes.

A quien por desdicha le toca hacer uso del aeropuerto La Aurora sabe que es uno de los peores del continente, donde los servicios sanitarios hace mucho perdieron los asientos y un día sí y otro también no se encuentra una hoja de papel higiénico. Si la ventilación es pésima, la iluminación para quien llega de noche puede hacerle suponer que se vive el más dramático de los racionamientos. Guatemala recibe y despide mal a sus visitantes, quienes pondrán esos defectos en sus referencias sobre el país.

En este, como en el caso del abandono de los munumentos en Antigua, Quetzaltenango y la propia ciudad capital, que por obra y gracia de los propios guatemaltecos es una de las más feas del continente, la irresponsabilidad del sector público es evidente, siempre bajo el sempiterno pretexto de la falta de recursos. Pero resulta que el Instituto Guatemalteco de Turismo (Inguat) recibe millones de fondos privativos pues todo el que viaja, como el que se hospeda en cualquier hotel, además del consabido Iva debe pagar 10% extra de impuesto que el Inguat recoge inmediatamente. Si a quien sale del país se le castiga con esa carga extra, inexistente en casi todo el mundo, y a quien se hospeda en cualquier hotel también se le obliga a esa contribución, su efecto no se ve reflejada en mejoría de las instalaciones turísticas, pero sí en los autos y nivel de vida de los altos funcionarios del Inguat que, escogidos a dedo por el gobernante de turno, confunden promoción con propaganda, asignándose remuneraciones totalmente alejadas de sus realizaciones e imposibles de obtener si laboraran en el sector privado.

El Inguat, a diferencia de otras instancias del Estado, no está expuesto a auditorías sociales, como tampoco a control público de sus gastos, a pesar que maneja fondos públicos su presupuesto no es autorizado por el Congreso, lo que impide que se mejore significativamente su funcionamiento. No existe, hasta ahora, una política nacional de turismo, debidamente discutida y aprobada por las instancias públicas y la opción de convertirlo en ministerio es rechazada con furia por aquellos que, benficiados con el manejo discrecional de los recursos, entienden el turismo solo como fuente personal de enriquecimiento.

Si el turismo podría ser la industria que permitiera el desarrollo del país, una sociedad hundida en el nauseabundo olor a basura, sin transporte público urbano y extraurbano medianamente decente, con museos derrumbados y parques naturales y arqueológicos abandonados, hace que aquello sea simple utopía, mientras El Salvador y Costa Rica consiguen en ello superiores beneficios. Lástima de país que no aprovecha lo que tiene.