Columnas

Conmoción socio-política

Cada Estado y sociedad se sumerge en dinámicas sociales que singularizan su forma de ser. La nuestra, se caracteriza en el  origen de su propia historia. Desde la Colonia  el decurso ha  delineado una segmentación,  en la cual ha prevalecido la injusticia y la discriminación como  constante de la vida nacional.

Como resultado de  este proceso y aunado  por la impronta de la globalización cuya tendencia  se orienta a fecundar entidades políticas supranacionales, particularmente por el volumen de transacciones financieras y el control de los medios de comunicación. O bien, la presencia del delito internacional del narcotráfico, la prostitución, entre otros, que profundiza nuestra problemática nacional  magnificándola.

En medio de esta conmoción que   estimula a su vez el comunitarismo local como  integración cultural,  es el resultado de la marginalidad política, a la cual se ven sometidos. Así, por un lado es un hecho que las élites que actúan a nivel global se comportan de una manera en la que nos les interesa el destino de vida de la persona humana. Y los excluidos, encuentran refugio en la identidad local donde la cohesión del grupo se apoya en el rechazo a lo diferente.

Desde esta perspectiva nos enfrentamos a una  “tribalización de la sociedad”, en la cual sucumbe el Estado Nacional como ente ordenador. Efectivamente, desde la lógica de  expansión del mercado global, se rompen los compromisos  de solidaridad y la globalización económica reduce la capacidad del Estado para definir su propia política monetaria, fiscal y  cumplimiento de las necesidades sociales. A su vez, las minorías discriminadas sobreviven a la crisis de legitimidad, articulándose a “identidades primarias”  como entidades étnicas que se abrazan  por la religión, costumbres e idioma.

Esto desemboca principalmente, en la deslegitimación del Estado Nacional vaciándolo de contenido social y político, pero más drásticamente pasa la guadaña  al trabajo  de los partidos políticos. Estos ya no tienen cabida porque la dinámica de estas dos grandes tenazas de la vida nacional, como lo es la globalización y el comunitarismo local, terminan por ahogar todo intento de expresión partidaria.

La cohesión social que debería fortalecerse sobre la base de la aceptación consciente del “otro”, del diferente, se ha convertido en el  obstáculo para trascender una sociedad  fracturada social y políticamente. En medio de estos obstáculos, surgen voces de la sociedad civil  que  espontáneamente expresan intereses, pero  no logran conjuntarse en una corriente política que los conduzca al logro de resultados eficaces. Antes bien, son voces aisladas con pequeños ecos que crean ilusiones, pero  no se materializan por las condiciones de fragmentación política del país.

Estamos sumergidos en una  noche larga en donde sobresale el desorden, el irrespeto, la intolerancia, la injusticia social y la discriminación en todas sus aristas.