Columnas

Diciembre

Es uno de los meses, en el cual las personas nos arrinconamos con cariño alrededor de otras personas. Es el mes de las luces. Del frío y del calor de las cobijas. Se iluminan las casas con foquitos de múltiples colores. Las calles y avenidas se convierten en torrentes de afecto con cánticos de Navidad.

Los corazones se ablandan y circula la sangre como sabia de salud espiritual. Es la época, en la cual buscamos a nuestra familia, a las amistades y la sonrisa vuelve a la boca para unos buenos días o unas buenas noches. Es el mes de compartir, de alejar rencores, sentimientos malsanos y amarguras. Es el mes del afecto que curiosamente coincide con ceremonias espirituales de los herederos de la civilización maya y de la cristiandad occidental.

En mi pueblo Quezaltepeque, hace muchos años, el antropólogo Rafael Girard después de una larga investigación escribió el libro Los mayas eternos. Sostiene y lo vivimos nosotros desde niños, toda esa actitud de profunda espiritualidad en la que se celebra el final de un año con ceremonias en el nacimiento del río y con ofrendas de cosechas en el templo de su religión. El baile del toro, la música de la chirimía y del tun, con la degustación del chilate y un pedazo de dulce de panela, se congregan año con año a festejar.

«Los cristianos a su vez, esperan con cantos y música especial de nuevo al Niño Jesús.»

Los cristianos a su vez, esperan con cantos y música especial de nuevo al Niño Jesús. Se adornan las ventanas con nacimientos y las iglesias evangélicas profundizan con oración el advenimiento de esta figura que inspiró hace más de dos mil años, la cultura occidental. Los patojos y patojas corretean por doquier con alegría y los niños esperan sus regalos para sentir que hay otros seres que los quieren. Pero aunque diciembre sea el mes de la espiritualidad, de la alegría, del sosiego, de las vacaciones, de la sensatez y del afecto más profundo del ser humano, también hay tristeza y en algunos, una dureza de corazón.

Hay miles de familias que solo alcanzan a otear las luces de colores y no las pueden alcanzar porque hay pobreza, hay miseria. Hay familias que lloran porque recuerdan a sus seres queridos con quienes ya no podrán comerse ni el ponche ni el tamal, porque se adelantaron hacia la eternidad. Están otras personas que viven su tristeza encerrados en rejas de metal y ahí, con todo en contra, diciembre es un mes que también los llena de sentimientos y de afectos. Los migrantes sueñan con las tradiciones culturales de su país y sueltan un suspiro que cruza las distancias hasta llegar a su terruño. Y es así que se ingenian las viandas y junto con la nostalgia, se toman un chocolate o un mero trago de ron.

Diciembre es el mes que nos suaviza y hace que los resentimientos y las venganzas nos den por este tiempo, un compás de espera. Si el espíritu de sensibilidad humana que hoy vivimos inspirados en la espiritualidad cristiana o en la religiosidad maya, entrecruzada por una cultura de festejo prevaleciera, la sociedad podría alcanzar su bienestar.