Columnas

La farsa de Castro

Me enteré de la muerte de Fidel Castro. Llamé a mi madre, enferma y casi con 90 años de edad, y pronto me contestó: “Estoy contenta, la humanidad se ha desecho del peor bicho de los últimos tiempos”. (En Cuba, la palabra bicho, además de significar animalejo, también significa pillo). Ahora, después de alardear durante más de medio siglo, muere el caudillo cubano. Él sabía, desde hace décadas, que su modelo de país era un fracaso, que solo estaba empobreciendo a su pueblo, y que solo con padrinos como los soviéticos y los venezolanos podía sostener la decadente economía de la isla. Cuba es hoy mucho más pobre que antes de Castro. Su limitada competitividad prácticamente responde a sus riquezas naturales. Su potencial económico no detonará pronto y su freno jamás ha sido el embargo económico de los americanos.

Castro fue un tirano, un dictador, y nunca tuvo la seria intención de impulsar la economía de su nación, ni de elevar el nivel de bienestar de sus gobernados. Su proyecto de país fue siempre una rabieta resentida contra los norteamericanos y jamás pretendió proyectar a Cuba hacia el futuro.

A Castro se le acabó el proyecto hace más de 40 años. Él siempre lo supo. Pero su soberbia pudo más. Jamás quiso corregir y reencauzar su proyecto económico. Se escudó en mil trucos, destruyó la capacidad de crear riqueza, y apagó la iniciativa individual una y otra vez. “La Historia me absolverá”, dijo, siguiendo las palabras de Hitler en sus interminables discursos. ¿Podremos justificar cómo un dictador abusó de su poder por más de 50 años, oprimiendo a su pueblo impunemente y sabiendo que su modelo económico solo generaría pobreza y retraso? La soberbia es la peor enemiga de un líder. Es capaz de desarrollar escondites para nuestros fracasos y errores, y de cerrarnos a toda posibilidad de encontrar el camino del éxito y del crecimiento.

La experiencia cubana de Castro ha sido un fracaso escondido por décadas. Poco hay que aprender de él. Dirigentes e intelectuales se han inspirado en un líder mentiroso y embustero. El líder que abandona a sus seguidores se desubica en el mar de sus espejismos; se envuelve en sus aplausos, y se pierde en sus apariencias y falsedades.

«Admiremos la capacidad de transformación de los pueblos.»

AMLO pregonó hace días que “Castro fue un gigante a la altura de Mandela”. ¡Qué poca seriedad de López Obrador! ¿O será que él también usa la farsa y la mentira como herramientas políticas? Dejemos ya de contribuir con la máscara de comparsa del tirano. Nada nos da el embelesarnos con ser amigos de Castro. Eso solo nos pone a la altura de un opresor que hundió a su país por no reconocer sus errores y por sostener su ficción.

García Márquez, AMLO, Evo Morales, Rafael Correa y Daniel Ortega, y muchos otros admiradores de Castro, ¿acaso nunca se dieron cuenta de que todo era un teatro? Por cierto, ¿qué tiene que hacer Enrique Peña Nieto en sus funerales?

Es verdad que debemos ser menos dependientes de los Estados Unidos. Pero seamos realistas y aprendamos más de quienes sí tienen qué enseñarnos: Corea del Sur, Taiwán, Singapur, Irlanda, Chile. En esos países sí que hay cosas que descubrir. Valoremos nuestro potencial, descubramos nuestra vocación, elijamos nuestro propio camino, y trabajemos con determinación para salir del subdesarrollo. Admirar a Castro y seguir el populismo, y sus promesas hipócritas, no es nuestra salida. Sabemos que esa es otra puerta falsa. Dejemos atrás la farsa.