Columnas

Dos Temas

Por: Eduardo Weymann

Los comentarios de los lectores son siempre más que bienvenidos, abren las puertas a otros ángulos de análisis, y eso fue lo que precisamente sucedió con la columna en este espacio de la semana pasada, Segundo… y ¡último año de gobierno! En ella se abordó, de manera introductoria, el comentario de lo complicado que es para nuestro país, en materia de definición y sostenibilidad de las políticas de Estado, ciclos de gobierno de 4 años (hasta el gobierno de la Democracia Cristiana los períodos eran de 5 años; en México aún continúan de 6). Sin embargo, aunque la columna tenía como objetivo principal una opinión sobre el deslucido Primer Informe Presidencial, los comentarios de los lectores se focalizaron en este tema, la inconveniencia de aumentar el periodo de gobierno, incluso hubo un comentario que habría que reducirlo a tres. Lo anterior nos está diciendo algo importante. Hay un desencanto absolutamente justificable por los resultados de nuestra democracia. Desde mi perspectiva —también comparto ese desencanto— esto es por la falta e inoperancia de un régimen de pesos y contrapesos, es decir, la ausencia de una verdadera República.

Y en este sentido, como alternativa a considerar, por ejemplo, extender a 5 años el período de gobierno, hay otra: la elección de un Congreso a la mitad del período de los 4 años de gobierno. De esta manera, la población tendría la esperanza que un Congreso no oficialista fiscalice con más intensidad la labor del Ejecutivo, puesto que no respondería oficiosamente a los intereses del gobierno de turno, como cuando se elige en el mismo momento al Presidente y al Congreso. Aunque esta propuesta incrementaría los gastos públicos en contiendas electorales (Q300 millones por evento), habría un ahorro sustancial por el lado de la corrupción, resultado del fortalecimiento de la fiscalización y del sistema de pesos y contrapesos.

El segundo tema a abordar hoy, es un asunto del que tampoco se escuchó para nada en el Primer Informe Presidencial, altamente sensible para familia guatemalteca: El incremento en la Canasta Básica Alimentaria. 2016 oficialmente registró una inflación del 4.23%, pero el rubro de alimentos fue de ¡7.57%!, casi el doble. Y si algo perturba la paz de las familias, es regresar del mercado, la tienda o del supermercado, con menos dinero en el bolsillo que la última vez que se fue de compras. La carne de res durante los gobiernos del Partido Patriota y de Alejandro Maldonado Aguirre, duplicó su precio de Q19 la libra a Q34.Según parece, hay suficiente producción para bajar los precios, pero hay agentes en la cadena de distribución que se niegan a bajarlo.

El pollo, por una confusa situación de la partida arancelaria en el que se registra el ingreso de cuadriles importados, de un momento a otro aumentará 12.5% la libra. ¿Y qué están haciendo las autoridades para evitar estos incrementos en la carne y el pollo? Mejor dicho, ¿qué están haciendo las autoridades para disminuir, en general, el precio de los alimentos? La percepción popular es nada. Desde siempre el Ministerio de Economía (Mineco) argumenta que contra estos incrementos es por ello que el Mineco autoriza contingentes arancelarios, libres de gravamen para que se importe un volumen determinado de productos agropecuarios sin arancel, por determinado tiempo. Que esta sea una solución inmediata para bajar los precios de los alimentos es FALSO, es una ilusión.

Un contingente arancelario no opera automáticamente, requiere necesariamente del apoyo institucional de varias instancias de gobierno, como la Superintendencia de Administración Tributaria, el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Alimentación, y del Ministerio de Salud. Personalmente lo comprobé en el caso de la importación de pollo y azúcar en el período de gobierno del 2000 al 2004, del ex Presidente Alfonso Portillo; había que estar monitoreando día a día en estas instituciones el proceso de ingreso al país, porque siempre salía un duende que pretendía estropear la libre importación.

La apertura de mercado, a la larga, es cuestión solo de voluntad política y coherencia en la política, no de discursos, contingentes arancelarios o instituciones y burócratas “que dicen velar por el libre mercado y una mayor competencia”. Frecuentemente los gobiernos terminan temiéndole más a las presiones de los grupos empresariales vinculados con la industria de los alimentos, que al enojo colectivo de una población que ve cómo los alimentos siguen incrementando de precio. Estos son los desencantos que gradualmente se acumulan en las democracias disfuncionales.

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