Columnas

Desconfía del gobierno

O, como dice la frase que le atribuyen a Benjamín Franklin: “Nunca confíes en el gobierno”. Que, a pesar de no ser comprobada la cita, no me extrañaría que el genial Franklin haya dicho algo parecido en algún momento. Y ¡ojalá! esa hubiera sido la visión de la mayoría de quienes redactaron nuestra primera Constitución. Sin duda, la historia de nuestro país, de nuestros antepasados y la de nosotros sería distinta. No obstante, ni los padres fundadores de nuestra nación ni los posteriores constituyentes pensaban de esa manera. Aunque los peores de todos han sido los redactores de las constituciones que han regido a partir de 1945.

Si por algo lucharon Franklin, Jefferson, Adams… y muchos más, es porque los gobernantes no tuvieran el poder de violentar los derechos individuales de los ciudadanos. En particular, Franklin se preocupó por la minoría que, como posteriormente escribiría Ayn Rand, esta constituida por un solo individuo. Ese individuo puede ser usted o alguno de sus seres queridos. Ese individuo puedo ser yo o alguno de mis seres queridos. Ese individuo puede ser cualquiera que no se encuentre en el ejercicio del poder. Un principio fundamental que lamentablemente les falta a muchos entender. Más aún en una época en la cual se encuentran en auge los populismos de todo tipo.

El principal objetivo de los gobernantes, generalmente, es cobrar impuestos. Y poco importa en la realidad, y más allá de los discursos, cómo y en qué gastan la riqueza que fue expoliada a sus legítimos dueños: aquellos que hicieron el esfuerzo mental y físico por crearla. Objetivo que se les facilita dentro del sistema político que prevalece en la mayor parte del mundo, el cual les otorga, en particular, el poder de violentar los derechos de propiedad de la gente.

«Y no es lo mismo proteger de la avaricia de los gobernantes la riqueza que uno ha ganado, que arreglárselas para robar nuestros impuestos.»

En Guatemala, no se quedan atrás los inquisidores al frente de la SAT, a quienes no les importa a cuántas personas dejan sin trabajo, cerrando empresas a destajo, bajo la excusa de que evaden impuestos. Lo que muchas veces es una falacia fuera de contexto. Uno de los más serios problemas del castrante sistema impositivo guatemalteco, es que impide descontar de los ingresos la mayor parte de los gastos en los que se incurrió para adquirirlos, lo que hace muy difícil operar legalmente. Casi todos los que procuran ganarse la vida honradamente, viven con el miedo de que en cualquier momento aparezcan los terroristas fiscales a extorsionarlos, llevarlos presos o a cerrar las empresas que a base de esfuerzos, inversión y riesgos han logrado mantener operando.

Al final, el problema no es cuánto recauda el gobierno, sino cómo lo gasta. Pero el reto importante es la pobreza en la que viven tantos guatemaltecos, la cual sólo se va resolver cuando haya suficiente creación de riqueza. Para que haya suficiente creación de riqueza, debemos cambiar RADICALMENTE el sistema tributario. Y no es lo mismo proteger de la avaricia de los gobernantes la riqueza que uno ha ganado, que arreglárselas para robar nuestros impuestos.