Columnas

La probabilidad nos dio la espalda

Allá, en lo que se denomina midi de la France, nació en el siglo XVII un matemático notable, introductor de lo probable que, dentro de sus variadas aplicaciones, tendría que ser la base en el Derecho de las medidas cautelares. (No es así por un error de Calamandrei que hizo una mala traducción del alemán y lo confundió con verosimilitud). Pero bueno, Blaise Pascal vivió solo 39 años. Se le reconoce como polímata (esto es, persona de grandes conocimientos en diversas materias científicas).

Enunció una apuesta para incrédulos, que se hizo famosa, recurriendo a la probabilidad, hasta ese momento desconocida. Dijo: “Si no creemos en Dios y existiese estaríamos condenados, si no existiese no ganaríamos ni perderíamos nada. Si creemos en Dios y existiese ganaríamos el paraíso, si no existiese no ganaríamos ni perderíamos nada. Con lo cual queda demostrado que es más rentable creer (ganamos o no) que no creer (perdemos o no)”.

En probabilidad y estadística, por otra parte, se llama distribución normal o de Gauss a una de las distribuciones que permite graficar fenómenos naturales, sociales, políticos, etcétera. Por ejemplo, permitiría graficar por altura, edad, peso, etcétera, a los guatemaltecos. O bien, por educación, virtudes morales o vicios y aberraciones.

Es pertinente traer esto a cuenta por la sucesión de gobernantes que ha tenido Guatemala y que son todos, con simples diferencias, de una misma clase, pese a haber sido electos en diversas circunstancias. Cuando, por probabilidad y ley de los grandes números habríamos de haber tenido al menos uno, aunque fuera uno solo, en 30 años, totalmente diferente. Del tipo de Lee Kuan Yew que llevó al primer mundo al Singapur multiétnico, pluricultural y multilingüe; Mustafá Kemal, que fundó en medio de grandes peligros, el Estado turco moderno; o Nelson Mandela, que disipó enfrentamientos profundos en la desarrollada Sud- áfrica.

Aquí, tal vez la herencia de un conflicto armado que facilitó la perenne intervención extranjera nos arruinó. Hasta hoy, es imposible entender cómo los principios marxistas de utilización política de la envidia, resentimiento, despojo, sometimiento, etcétera, siguen teniendo adeptos únicamente porque promete un paraíso fundado sobre la destrucción del éxito ajeno.

¿Cómo el ánimo destructivo plasmado en las propuestas reformas constitucionales puede concitar obcecación a sabiendas de la devastación nacional que aseguraría? Venezuela, un país riquísimo en petróleo, es un referente inocultable. La herencia chavista es pavorosa: Dos tercios de las reservas internacionales se esfumaron. La deuda externa aumentó cuatro veces.

Una encuesta de condiciones de vida en 2016, realizada por tres universidades, indica que 8 de cada 10 venezolanos vive en condiciones de pobreza. 93.3% de los ciudadanos reconoce que no tiene dinero para comer. Y un 74.3% de la población perdió en promedio, 19.1 libras de peso. Un país destruido.