Columnas

De cuerpo entero

A unque tal vez sobre la tragedia del Hogar Virgen de la Asunción ya se haya dicho todo y de todo, es preferible incurrir en redundancia que guardar silencio. El holocausto de 40 niñas y adolescentes, las causas inmediatas del hecho, la forma en que diversas instituciones y personas intervinieron en los acontecimientos, el manejo gubernamental y presidencial previo y posterior, así como las diversas expresiones de la reacción social, pintan a Guatemala de cuerpo entero.

“El Estado somos todos, en consecuencia, todos somos responsables por la tragedia”: palabras más, palabras menos, esta idea cobró fuerza en diversos ámbitos en medio del estupor inmediato ante el sacrificio inútil de 40 vidas de niñas y adolescentes a quienes, aun antes de su muerte, ya se las había categorizado en el rango de los seres humanos desechables, que este país produce por miles, acaso por millones.

Pero si “todos somos responsables”, nadie es responsable. Tal es la trampa del citado razonamiento. Esa dilución de responsabilidades, esa cultura de no asumir, de señalar “al otro”, “al que debía hacer y no hizo”, está precisamente en el trasfondo de la tragedia: la de las víctimas directas y la del país mismo. Porque la tragedia del país es su negativa a verse de cuerpo entero en el espejo de tantas tragedias ocurridas a lo largo de muchas décadas, sin encontrar remedio a la incuria y a la impunidad.

Un breve recuento de hechos no muy lejanos en el tiempo basta: Panabaj (2005, al menos 800 víctimas); curva El Chilero (2008, 56 muertos); cumbre de Alaska (2012, seis personas asesinadas y 34 heridas); El Cambray II (2015, al menos 280 fallecidos y un número indeterminado de soterrados); basurero de la zona 3 capitalina (2016, por lo menos cuatro fallecidos y cerca de 18 soterrados a quienes ya no se buscó).

Se trata de hechos disímbolos que tienen en común la imprevisión, la negligencia, la irresponsabilidad, la falla o la ausencia del Estado. Pero, sobre todo, la impunidad. Y lo del Hogar Virgen de la Asunción, va por el mismo camino. Con el agravante de que, desde el principio y aun antes de la tragedia, el jefe del Estado, el presidente de la República, se ha negado a asumir su propia responsabilidad. Jimmy Morales no puede alegar desconocimiento. Es público que fue informado por un jefe policial desde la noche del 7 de marzo.

¿Cuáles fueron sus instrucciones? ¿A quién se las dio? ¿Qué seguimiento dio a sus propias instrucciones, si es que impartió alguna? La población indignada, el que escribe incluido, se pregunta: ¿seguirá la investigación penal del caso la cadena de mando, hasta sus mismas últimas consecuencias? La responsabilidad política e institucional del la tragedia nunca se la podrá quitar Jimmy Morales. A pesar de su retórica teatral extemporánea: la parte más grotesca de este retrato guatemalteco de cuerpo entero.