Columnas

Nuestra ciudad capital

La primera percepción que tengo de Guatemala, es una ciudad en deterioro. Aquel hermoso tiempo en donde la niñez, los jóvenes y adultos disfrutaban del ambiente agradable de los viejos barrios de la ciudad, ha desaparecido. Hoy no es posible tomar una gaseosa  en la tienda de la esquina y compartir con el vecino pláticas sobre la vida cotidiana. Menos aún, caminar por las aceras. La fuerza del progreso se tragó esa vida apacible de los ciudadanos de ayer.

Hoy nos enfrentamos al frenesí de masas de automotores que han hecho desaparecer aceras, árboles y casas solariegas. A una inmensa inmigración del campo a la ciudad en busca de empleo, que convierte los barracos en laderas de miseria. A moles de cemento que arrejuntan cines, supermercados, almacenes, restaurantes, heladerías, en donde paseamos para matizar el tiempo y desaliñar el aburrimiento, sin lograr percibir un algo que nos permita mirar con optimismo el presente y el futuro.

Esta ciudad se ha convertido en un monstruo que se tragó nuestra propia humanidad. De ahí que recuerde a ese gran dirigente socialdemócrata Manuel Colom Argueta, que siendo alcalde visualizó una concepción urbanística en donde la persona, como ser humano pudiera tener los espacios de dignidad humana y trazó las vías de manera conjunta con lo que heredó de su antecesor Ramiro Ponce Monroy, por donde transitara la maquinaria vehicular. Obviamente habrá que reconocer al actual alcalde el mérito de rescatar nuestra sexta avenida como un espacio para compartir con alegría.

Sin embargo, los problemas que nos aquejan son múltiples y complejos y por tanto, difíciles de resolver. Por ejemplo, ¿cómo resolver el problema de los asentamientos humanos y encontrar la solución al  basurero tan inmenso que alberga la porquería en el corazón de la ciudad? ¿Cómo resolver el abastecimiento de agua cuando las fuentes por un lado se  llenan de cemento y  se talan las montañas de donde proviene este precioso líquido? ¿Quién será el  que  logre ordenar el tránsito vehicular?  ¿Dónde están los planes para convertir esta atribulada ciudad en un ambiente humano? ¿Dónde están los parques? ¿Cómo detener ese crecimiento desordenado y con poco sentido de respeto a las personas que adquieren sus viviendas a empresas constructoras a quienes sólo les interesa la ganancia, cueste lo que cueste? ¿y el ruido? ¿y la contaminación? ¿Cómo se detendrá a los grandes contaminadores de los ríos?

Frente a esta caótica realidad urbana, los ciudadanos vivimos en una ciudad que todavía tiene pequeños espacios de vida compartida. Están los mercados con sus comidas típicas, verduras y frutas. Ahí se puede platicar. Algunas canchas deportivas que siendo   destartaladas y sin un pedacito de grama, los patojos se alegran jugando y  mujeres venden tostadas y aguas. Ahí están los campus universitarios en donde la juventud comparte sus alegrías  e ilusiones. Perviven   lugares del Centro Histórico como   café León, el portalito,  el panamericano, bar granada, casa cervantes, trova jazz, las cien puertas Ahí está Sophos,  con la excusa de  un libro,  tomamos café y conversamos con un amigo.

Estas son las dos caras de mi ciudad, la caótica abultada y la pequeña, pero humana.