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¡Atención!, Niños presentes

El mundo adulto suele desestimar la escucha de los niños, lo que  pueden comprender o percibir en su muy temprana infancia, por lo que no toman ningún recaudo a la hora de abordar determinados temas.

Personalmente, esto me sucede de manera insistente cuando los padres consultan por su hijo. Si bien los cito a solas a la primer entrevista para preservar al niño de los relatos paternos, con frecuencia, por cuestiones del síntoma del niño (por ejemplo, no puede quedarse sólo en la sala de espera) asisten a la entrevista con él. Aquí uno puede ver claramente cómo los padres desestiman la capacidad de “comprender” del niño alegando que, por ser pequeño,  “no entiende” , como también desestiman su sensibilidad ante determinadas cuestiones que lo implican, requiriendo mucha intervención de mi parte para acotar estas temáticas que de ninguna manera deben ser habladas en presencia de él.

Los niños, ya desde su concepción, desde su vida intrauterina, están inmersos en el universo del lenguaje. Cuando nace llega a una constelación familiar que lo antecede y en el mejor de los casos, lo espera. Esta constelación es un entramado de relaciones: amores, desamores, secretos, malentendidos, etcétera. Lo fundamental es a qué lugar de este enjambre ha venido este recién nacido, ¿ha llegado al lugar de un deseo definido de los padres? ¿Es hijo de un deseo amoroso?, ¿Ha venido a salvar una pareja al borde de una separación? ¿Ha llegado para esconder algo de una pareja que no anda bien?, si es así, ¿de qué forma?

Pensemos en un niño que ya desde su concepción el deseo sólo correspondía a uno de los padres, en éste caso, la madre. El padre, lejos de involucrarse con su inminente paternidad, abandona a la madre antes del nacimiento, desentendiéndose absolutamente de su hijo. Las pocas veces que durante el embarazo los padres han tenido algún encuentro, ha sido bajo un carácter de reclamo, reproches mutuos acerca del embarazo, desamor, maltrato verbal. Ante esto, uno se pregunta: y el niño,  ¿qué ha percibido de todo esto? ¡Todo!, dijimos que un niño ya desde antes de su nacimiento está inmerso en el lenguaje, en lo que se transmite  y, entendamos por esto, que no son sólo palabras sino también tonos de voz, modos, maneras de hablar, mensajes que provocan en su madre (y en él) sensaciones agradables o no. El niño, aún estando dentro del vientre de su madre, es un espectador, por el momento, pasivo.

Ahora pensemos otro caso, pero esta vez en un niño que llega a este enjambre de relaciones que es la familia, a través de un deseo amoroso de ambos padres, con una madre que disfruta de su embarazo en un clima de armonía y felicidad, pudiendo compartir este momento con el padre. Un niño que, en lugar de gritos y reproches, percibe la voz cálida de sus padres, caricias y cuidados. Claramente, situaciones disímiles, opuestas,  que tendrán sus efectos en el niño.

Hoy en día tenemos objetos que ofrecen la técnica y el mercado que son  sumamente distrayentes para los padres al momento de ofrecer su atención, su voz y su mirada a sus hijos. Desde que nace un niño, y  por qué no desde que está dentro de la panza de su madre, hay una obsesión por el “retrato”, por la captura de imágenes.

Ecografías en 4D, la última adquisición del mercado, que les anticipará cómo es la cara de su hijo, gran enigma que hoy en día no puede esperar nueve meses. Los padres llegan a pagar mucho dinero por éstas las que, lejos de brindar algo más que las tradicionales en lo que a la salud respecta, se promocionan por ofrecer alta definición en imágenes del bebé, particularmente del rostro. Sin embargo, como todo objeto que propone el mercado como “garante de felicidad”, no colma lo que promete y muchas madres dicen haberse sentido impactadas al ver estas imágenes comprimidas, modificadas por el medio en que se encuentran del rostro de su hijo. ¡Tan sólo había que esperar un poco más!

La compulsión a la captura de imágenes muestra a los padres de hoy ofrecer una sola mano a sus hijos, ustedes se preguntaran ¿Por qué? La respuesta es simple, porque con la otra sostienen su teléfono celular que, en el mejor de los casos, lo está filmando o fotografiando al niño. Digo en el mejor de los casos porque más complicado es aún que una madre este, por ejemplo amamantando, sosteniendo con un brazo al niño y con la mano del otro, escribiendo incansablemente mensajes en su teléfono celular. Esto se vé con frecuencia. Entonces, volviendo al primer caso, una mirada distraída y repartida, entre lo que el camarógrafo quiere obtener de la escena y el pequeño que, como todo bebé atento a los signos de amor, no deja de mirar a los ojos a esta madre o padre pero también a este dispositivo tan preciado en el contexto familiar.

No quiero con esto decirles que no veo los beneficios de los avances de la tecnología, no, todo lo contrario. De hecho, les estoy escribiendo a través de Internet y pueden ver mi rostro en una fotografía digital.

El problema es cuando se cae en el extremo donde el interés por la captura de imágenes, desplaza la vivencia en si misma (en este caso un padre con su hijo pero podría aplicarse en todas las situaciones) cuando el interés por mostrar la imagen, a través de por ejemplo, de una determinada red social, cobra más importancia que el momento compartido. A los niños, la captura de estas imágenes no les suman. A los niños, les son inigualables, irremplazables, las experiencias vividas. Dos brazos que le hacen “upa”, una madre que mientras lo amamante, acaricie su rostro y lo mire a los ojos, le cante, le hable y trasmita cosas  que jamás en la vida, aunque no las recuerde, olvidará.

Paula Martino

Psicóloga argentina, magister en psicoanálisis.

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