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Netcentero

Esta NO es una defensa de los hackeos que antisociales hacen a las páginas de algunos medios de comunicación; tales conductas deben ser perseguidas y castigadas por las autoridades correspondientes (pero eso de pedir a la Cicig hasta en eso me parece rayano en el malinchismo). Esta TAMPOCO es una loa de personas que se dedican a insultar o peor aún, a intimidar y amenazar en las redes sociales a otras personas, sean funcionarios, empleados públicos, periodistas o particulares. De nuevo, tales conductas deben ser investigadas y, de encuadrarse en ilícitos penales, deben ser procesados.

El tema sale a raíz que un grupo de periodistas exigió -porque eso de solicitar, muy feo- que el MP y Cicig investiguen las denuncias que han presentado por razón de los ataques que han recibido y que desarticulen las estructuras criminales o “ciacs” que, según ellos, conforman los denominados “net centers”. Habida cuenta de la aclaración al inicio de este artículo, acá mi opinión:

Desde hace ya algún tiempo, el uso y abuso de las redes sociales ha sido tema de discusión en varios ámbitos. Las redes sociales han servido para organizar protestas contra regímenes perversos (Tunez, Egipto, Ucrania, et al), como también ha servido para acoso, intimidación y violencia como ha ocurrido en otros muchos casos. La edición de la semana pasada de The Economist tiene como nota central precisamente ese tema. El uso -ilegal o no- de Facebook por parte de agentes rusos para influir en las más recientes elecciones de Estados Unidos es otro ejemplo de cómo las redes sociales pueden servir aviesos intereses. Dado que cada vez más las personas reciben sus noticias de las redes sociales, es oportuno el debate sobre su uso y la responsabilidad que deben tener los usuarios. En los documentos a los que todos accedemos cuando creamos una cuenta en redes sociales -¡que las leamos son otros 100 pesos!- se estipula que se deben observar reglas de comportamiento y que, de lo contrario, la compañía bloqueará o eliminará la cuenta. Es decir, ya existe regulación al respecto. No obstante, es una tarea titánica vigilar y verificar su cumplimiento.

Pero si este artículo no es una defensa de aquellas conductas antisociales que he enumerado, procedo a decir qué es este artículo.

Esta SI es una defensa del tuitero común y del trol; los que usan las redes sociales para postear fotos familiares, de las mascotas o de la comida no necesitan defensa, pues son inocuos. Esta es una defensa de aquellos que, dentro del marco de la Ley, usan las redes sociales para joder, para fregar, para burlarse, para hacer mofa de quien quiera y de lo que quiera. Más allá si lo hacen coordinadamente con otros, debiera ser un derecho humano de sexta o séptima generación el poder joder al prójimo. Confieso que tengo conflicto de interés, pues quienes me conocen saben que gusto de lenguaje mordaz, del albur y de la ironía, por lo que mi defensa es interesada.

He de reconocer, por supuesto, que la desinformación o la falsa información puede tener un efecto nocivo en la sociedad, sobre todo en temas políticos, sin embargo, no considero que deba ser algún ente o grupo que determine qué información debe ser transmitida y cuál no. Ese es el primer paso hacia el totalitarismo. Que me perdonen, pero si hay personas que se creen toda paparrucha que reciben por WhatsApp, se merecen el embuste. Es bastante fácil discernir entre una noticia verdadera y una falsa. Debiera haber un prerrequisito a cualquiera que pretende adquirir un “teléfono inteligente” y es este: ¡si el teléfono es más inteligente que el futuro usuario, la transacción debe ser denegada! La responsabilidad en el uso de la tecnología es individual y no por unos desviados que pudiesen cometer delitos vamos a permitir -mucho menos exigir- que alguien o algunos limiten nuestro derecho humano, qué humano, ¡divino! de burlarnos de todo lo que nos parece motivo de burla.

Así que tú tuitero, tú netecentero, que pasas buena parte de tu día troleando por placer -o por paga- a cuanto mojigato o fariseo encuentras en las redes, ¡adelante! Te otorgo –mutatis mutandis- patente de corso para que trolees, dentro del marco de la Ley, a todo aquel que diga o haga algo que te parezca digno de tu furia; ¡y me incluyo, por supuesto! ¡Vive la differece!

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