Columnas

Errar es de humanos, corregir es de sabios

“Los pueblos débiles y flojos, sin voluntad y sin conciencia, son los que se complacen en ser mal gobernados”.  (Jacinto Benavente, Premio Nobel de Literatura, 1922).

No sólo en Guatemala la prensa da cuenta de la burla de toda clase de servidores públicos, sino en buena parte de América Latina los abusos se publican a diario, día tras día.  Pueblos completos sojuzgados a merced de dictadores, aprendices de dictadores, saqueados por arribistas y trepadores político-sociales que desangran las arcas públicas que debieran ser la garantía para la educación de niños y jóvenes, para la salud de los más viejos que han dejado su vida trabajando y han pagado un seguro social que podría devolverles, al menos, las cuotas pagadas en su totalidad para cuando vuelvan con la frente marchita.

Esa mala costumbre de tener un presidente, que por muy democráticamente que haya sido elegido, es un resabio monárquico, un error y un exceso de confianza para los tiempos que vivimos, pues tanta atención sobre un mismo individuo las 24 horas del día, por años, no puede sino inflamar su ego y hacerlo ajeno a las necesidades de la nación, para dar paso al fracaso de la democracia, a su bancarrota, con el abuso como resultado y no el servicio.

Si ya sabemos que el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente, ¿por qué continuamos otorgando sendos poderes a un ser que, en tanto sea humano, estará sujeto a las más bajas pasiones, a las tentaciones alrededor y que, si no cuenta con una sólida formación humana y moral, podrá llevar al abismo a una nación entera?  ¿Es esto lógico, a la luz del cénit de la civilización?

La democracia no es sino un medio pacífico para la transmisión de los mandos principales, otorgados –en teoría—por la mayoría no representativa de habitantes, ciudadanos mayores de edad, sean o no parte activa de la economía del país, paguen o no paguen impuestos.  Incluso, lo permite a los más jóvenes que quizá ni sepan trabajar y sean aún incapaces de sostenerse financieramente ni comprender en buena parte de su población de qué se trata y cuál es la trascendencia de la vida política de su país.  ¿Es esto justo para los más viejos, los que ya trabajaron y pagaron sus cuotas de impuestos y jubilaciones que no van a recibir?

Para el presidente de Guatemala, poco importan los niños sin escuelas, con maestros en huelga; él –ignorante del presupuesto, en cuya aprobación se durmió, literalmente– se sienta a pactar y a premiar a terroristas de la educación que detienen el calendario escolar con paros ilegítimos; elementos extorsivos que hace muchos años debieron ser puestos a disposición de las autoridades penales porque tergiversan sus derechos civiles, mientras atropellan el de los niños a la educación, plasmado en nuestra máxima ley, pero que nadie es capaz de garantizar.

Hago un respetuoso llamado al Procurador de los Derechos Humanos, para que abogue por los niños de Guatemala que dependen de la educación pública, que no sólo ya es deficiente, sino que es violada reiteradamente bajo la mirada cómplice de tantos otros funcionarios.

El poder se delega del Soberano –únicamente el pueblo– porque de lo contrario, éste tendría que pasarse los días en La Plaza, gobernando por sí mismo.

Luego, es fácil criticar al Presidente de EEUU, Donald Trump, porque no es “tolerante ni humano” con nuestros migrantes, mayormente sin educación y por consiguiente, sin futuro en Guatemala, mientras acá toleramos al presidente más irresponsable de toda la historia de Guatemala, a la vez que es el mejor pagado de América Latina.

¿Es moral seguir sosteniendo esta farsa política? ¿A costa de quiénes se sostiene un sistema colapsado?  ¿Quién y por qué le tiene tanto miedo a una Constituyente para enderezar el rumbo, cuando la brújula sólo marca como destino final el abismo total?

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