Mirilla indiscreta

En la punta de un ganchito, pero sin país

#MirillaIndiscreta

Dejaré que Danilo continúe su relato y le cedo el estrado y la palabra escrita:

-Armando Sandoval Alarcón, era el hermano mayor de Mario Sandoval Alarcón, el Líder liberacionista, querido por unos y odiado por otros.

En algún momento hablaremos de Mario, rodeado siempre de tantas leyendas, ciertas o negras que lo hacían tan misterioso como poderoso.

Recuerdo, en una época difícil para mí, que se me ocurrió entrar al Edificio del Congreso Nacional de la República, que él presidía, y lo hizo durante cuatro años.

Desde el gran salón de los Pasos Perdidos, subí las gradas de acceso al hemiciclo, lugar señero, donde se discuten los “negocios” del Estado. Así se denominan en riguroso lenguaje oficial, aunque algunos, de los elegidos, en diferentes etapas del lastimado organismo, asumieron la palabra “negocios” en su sentido literal, a veces burdo y otras, incluso delictivo.

Mario presidía el alto organismo y era tan fuerte su influencia y liderazgo que siendo el Organismo Legislativo uno de los tres que señala nuestra constitución política, le correspondía la placa número 2 precedido por nuestro hoy muy ofendido y lastimado pabellón nacional.

Como anécdota de su capacidad de decidir, en el próximo período fue vicepresidente de la república y asumiendo que esa posición es la segunda del Ejecutivo, hizo propia esa jerarquía y se llevó a su despacho, la placa número dos, que había tenido como Presidente del Congreso. ¡Un significativo signo de su personalidad!

Presidía la sesión plenaria aquel día y se me ocurrió visitar a mis compañeros del Partido Revolucionario.

Yo recién salía de la prisión después de una reclusión de mes y medio. Inicialmente en el Segundo Cuerpo, contiguo a la iglesia La Merced, de donde me secuestraron, del interior de esa cárcel, después de ordenada mi libertad, trasladándome, al primer cuerpo, ya en una detención clandestina justificada por la expresión “detenido por medidas de seguridad”.

El Estado de Sitio, decretado el mismo día de mi detención, un viernes trece de noviembre, legalizaba aquella condición… si se me localizaba.    Un magistrado amigo: Tomás Baudilio Navarro, posteriormente Presidente de la Corte, presentó, por cuenta propia, un angustioso Recurso de Exhibición Personal que hizo pública mi arbitraria detención.

Ya libre, después de mes y medio de reclusión, me incorporé a la facultad de derecho, frente al Congreso de la República, y aquel día se me ocurrió visitar a mis compañeros de partido, que ostentaban la calidad de Honorables Diputados.

Una cuidada barandilla de madera separaba el área de visitantes del área de curules, y una puertecita, se abría cuando uno de los representantes accedía al recinto o decidía atender al visitante que reclamaba su atención.

La distancia en línea recta, parado frente a la mesa de la Junta Directiva, presidida por el Licenciado Sandoval Alarcón, me permitía distinguir su mirada penetrante enmarcada por sus espesas cejas obscuras que matizaban de severidad una personalidad rebosante de autoridad que, reconocida por amigos y adversarios, hacían singular y muy fuerte cualquier encuentro con el ya mítico personaje.

Fue evidente y lo note que mi presencia, aún en un área permitida, frente a él, no fue de su agrado.

Sentí su recia mirada sobre mi humanidad. Y su próximo gesto fue hablar con el directivo vecino y una extraña movilización, que partían de la autoridad del Presidente.

Creyéndome ajeno a todo aquello, dada mi modesta condición de dirigente político de baja, obligado por las circunstancias a presentarme a la temible Policía Judicial, cada setenta y dos horas para firmar un libro que acreditaba mi presencia en el país, no me consideré importante.

Cualquier modificación dispuesta por el gobierno o mi inasistencia a la obligada comparecencia constituía motivo suficiente para ordenar una nueva reclusión.

Por esa razón no me di por aludido. Mi misión terminaba al platicar con mi compañero, Manfredo Roca, quién por cierto no estaba en el recinto.

Sin tensión, al no encontrar al Diputado, retorné por mis pasos hasta encontrarme fuera del congreso… atravesé la calle y me introduje a mi facultad.

De entrada, por salida, saludé y me despedí de quienes encontré y abordé mi vehículo, estacionado frente al ingreso del hermoso e histórico edificio facultativo.

Los automóviles de los diputados los estacionaban frente a su edificio. Y cuando uno de ellos se retiraba, paraban el tránsito sobre la novena avenida, para facilitar su retiro del lugar.

Justo cuanto me tocaba pasar frente a la majestuosa puerta principal, un miembro de la seguridad parlamentaria, como era usual, me marcó el alto y me detuve.

Parado allí por un tiempo, ningún otro vehículo salía del lugar, lo usual, y mi custodio ocasional, hacía señas viendo hacia adentro, como esperando instrucciones.

Finalmente y con cara de pocos amigos, renunciando con lo que creía iban a ser sus instrucciones, de mala gana, me hizo la señal de continuar.

Recién llegado a mi casa, sonó el teléfono, y era Rodolfo Montenegro Peláez, diputado y entrañable amigo. Un hombre con un arrojo y valor impresionante

Lo pude comprobar en otros tiempos y otras peligrosas circunstancias, siempre en nuestra común necedad de luchar por nuestro país. Rodolfo entre sonriendo y en broma pero advirtiendo el posible riesgo en que me había colocado en aquella mañana me dijo.

Hermano, Mario nos llamó de muy mal genio, y nos comentó que habías venido al Hemiciclo a retar su autoridad y que había ordenado que te llevaran a su despacho, para constatar si sos tan “machito” como quisiste demostrar con tu presencia, pero que ya no te encontraron.

Juro hoy, como lo juré para mi mismo en aquella oportunidad, que nunca tuve intención, ni la más remota, de encontrar al presidente, presidiendo y mucho menos retar a un hombre que irradiaba autoridad y liderazgo por todos los poros.

Además que mi condición de muy joven político por aquella época me hacía pensar que no podía provocar generacionalmente una reacción de ese tamaño.

Quién me iba a decir, que muchos años después Mario Sandoval Alarcón con su personalidad multifacética y una imagen maltratada por sus enemigos y venerada por sus partidarios, sería una figura muy querida llevándome al convencimiento de haber conocido a uno de los líderes históricos más importantes e influyentes de Guatemala, y quien me compensó con respeto y claras manifestaciones de reconocimiento personal, aquel inesperado y primer encuentro cara a cara con el inolvidable personaje.

Pero de ese Mario ya habrá tiempo de contar muchas y trascendentales historias. Salpicando con ellas, las sesiones con don Edmundo.

Pero hoy a propósito de la corrupción, como instrumento y justificación para la dominación política de estas parcelas, que nunca terminaron de crecer sin recibir chicote y ofrendar su sangre con distintos pretextos y hoy a través de comisarios de carne y hueso y otros abusivos interventores.

Y Armando Sandoval Alarcón, hermano de Mario fue convocado, por el Presidente de la República, pensando en esa terrible enfermedad social y proponiéndole por las virtudes que le acreditaba, que presidiera una Comisión encargada de combatir la corrupción.

Mira Presidente – le respondió el Doctor Sandoval al mandatario – te agradezco tu confianza y la nominación, pero te tengo que decir, como tu amigo, que la considero innecesaria y no la acepto- advirtió

-Y te voy a trasladar la fórmula de la honestidad con un solo concepto- y tomando un tono solemne redondeó su planteamiento.

– Si el Presidente no roba, nadie se atreve a hacerlo querido Presidente- le dijo sonriendo. – Vos sos el que tiene que ser honrado y nadie se atreverá a robar – concluyó su consejo.

Al meditarlo considero válida la recomendación…Así… Sí el Director General roba, roba su Vice-Ministro y si éste lo hace, lo realizara el ministro y si este se atreve… no hay duda que lo hace el Vicepresidente y desde luego el Presidente.

O a la inversa. Si el mal se aloja en la cabeza, enferma al resto del cuerpo como un cáncer repartido progresivamente en terribles metástasis.

La enfermedad y su cura siempre estarán arriba.

¡Así de claro! … ¡Así de cierto!

Mi encuentro con Alfonso P en aquella memorable ocasión, no se puede juzgar con los ojos de hoy.

Aquel, fue inspirado en el planteamiento siempre generoso, que anida en la juventud.

Una época iluminada por la importancia del SER y poco interés despertaba la ambición del TENER

Por esa razón les puedo garantizar que no hubo ojos morados, como resultado de aquella disputa intelectual y propositiva.

Alfonso lector empedernido, de fácil palabra y sólida formación estuvo brillante.

Yo lo intenté

Con distintos enfoques y propuestas, se abordaron todos los temas.

Quedó en la atmósfera de los presentes que el dirigente no puede sujetarse a una cúpula que fabrica dirigentes políticos, los invitan a participar del jolgorio y las ventajas de compartir el tesoro público.

Para ello, anulan el clamor por crear igualdad de oportunidades para la población y la juventud.

De que las alianzas público privadas, no son para beneficiar a los funcionarios de turno y en beneficio de los eternos dueños de los monopolios, prohibidos por la constitución pero tolerados por la corrupción y marca límites de participación a nuevos agentes económicos, producto democrático de una Economía Social de Mercado que tenga como agregado racional el que se le pueda sumar la participación de la sociedad de acuerdo a su iniciativa y libertad.

Construir un nuevo país que libere las oportunidades reales de poder contribuir al crecimiento y fortalecimiento de una clase media con vocación empresarial, agresiva y solvente, que no encuentre en las limitaciones de la educación calificada, asistencia en su salud agredida por los costos para su atención que la hacen precaria, y discriminatoria, ahogando la aspiración de una seguridad social universal que se tiene que buscar con urgencia.

Desideologizar el combate a la delincuencia para atender la seguridad ciudadana, con todos los recursos del Estado rebasada por la delincuencia, que provoca que el mismo día que llenan de policías y perseguidores todas las dependencias de la municipalidad, a quienes hicieron rehenes de una vigilancia inhumana, absurda y abusiva, asumiendo que todos allí deben ser delincuentes.

En tanto en las calles del país, el mismo día, los sicarios asesinando pilotos o pasajeros aterrorizados del transporte urbano, la ciudad convertida en campo de batalla de un territorio con militares repudiados o presos y policías aterrorizando empleados públicos: Trabajadores municipales, niños músicos rehenes y a más de tres mil vecinos sin atender.

Persiguiendo delincuentes sin nombres ni apellidos… Pescando al azar… buscando tiburones y asustando pepescas.

Retornar al campo, para fortalecer la producción especializada en nuestros núcleos de población.

Hoy campesinos errantes, víctimas de la demagogia de agitadores, crecidos como hongos, en la anarquía reinante.

Sitiando los portones de fincas hechas, esperando la señal de ese sujeto inadaptado, vago por definición, pero bien pagado por usurpador y disociador de oficio.

Almolonga, Quetzaltenango y San Francisco el Alto, Totonicapán, campesinos empresarios que contratan campesinos como agricultores y en el caso de San Francisco como operarios, brindando oportunidades de empleo y desarrollo en el área de influencia de su extraordinaria iniciativa.

Proyectos Hidroeléctricos, que entiendan que no son los ministros los que tienen que tener participación en el negocio o sus subalternos o sus superiores.

Es más rentable darles una participación a las comunidades poseedoras y beneficiarias del recurso para que juntos se puedan edificar relaciones sociales de producción, consentidas, apoyadas y sostenidas por toda la comunidad y los inversionistas.

Los problemas de hoy relacionados con la corrupción hay que combatirlos frontalmente pero es nuestra responsabilidad reestructurar y edificar nuestro país sobre principios y valores que no son precisamente los que inspiran a los interventores ni a sus ingratos compinches ni a los agitadores.

Alfonso se fue y yo también, satisfechos ambos de la discusión que se ventiló aquella memorable tarde… con el fuego de la juventud.

Él fue Presidente y yo desde la llanura… la verdadera llanura… sin cargos públicos ni canonjías, continuó pensando que la redención del país está en la punta de ese ganchito de ideales, que nos lo siguen frustrando, con el agravante que hoy quedándose con todo, incluyendo nuestra maltratada Guatemala.

Yo continúo en lo mío… don Edmundo… hasta recuperar nuestro país.

TEXTO PARA COLUMNISTA

Danilo Roca (Edmundo Deantés)

Jurista, analista político, luchador por la libertad.

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