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Extinción

#ColumnaInvitada

El edificio era gris, de construcción antigua. Mirado desde la calle, su aparente desolación se confrontaba con el exterior. Allí se aglutinaba una multitud, la mayoría mujeres, aunque, si uno observaba con detenimiento, se podía encontrar entreverado algún que otro hombre, uno de esos que en los tiempos que corren se puede dar el lujo de ir a buscar a sus hijos a la salida del Colegio.

Un verdadero caos callejero que no condecía con las mínimas nociones de buena educación. A sólo cinco minutos de las cuatro de la tarde, hora de salida de los niños, tiempo y desorden, entablaban una relación inversamente proporcional. Autos detenidos en doble fila o mal estacionados, bocinas nerviosas de conductores varados, veredas superpobladas por quienes a la espera de los niños no registraba la existencia de nada más. Finalmente, eufóricos, idénticamente vestidos, con caritas cansadas, se retiraban uno tras otro acarreando mochilas repletas de responsabilidades. Algún que otro padre apiadado en el reencuentro se hacía cargo del peso de equipaje y así se alejaban conversando. Otros, más apremiados por los tiempos, corrían juntos para cumplir con algún otro compromiso fuera del ámbito escolar.

La infancia suele ser recordada como una de las mejores etapas de la vida. Seguramente, su particularidad, nos haría encontrar tantas versiones como personas existan en este mundo, pero la mayoría coincidirá en que prevalecían, entre otras cosas, las fantasías ante las realidades, los juegos ante las excesivas responsabilidades, la palabra del adulto ante la del niño.

Sin embargo, me estoy dando cuenta con mucha nostalgia que silenciosamente este modelo de niñez está convirtiéndose en cosa del pasado, y con esto quiero decir que esta etapa tan maravillosa y la que la mayoría de las personas quisieran revivir, se encuentra al borde del abismo.

Si uno se detiene a mirar a su alrededor puede ver que cada vez son menos los niños que se ven corriendo por los parques, jugando a las escondidas, andando en bicicleta o los que van de la mano de sus padres por la calle.

Entonces surge la pregunta ¿en dónde están? Muchos reclutados en sus casas, con su arsenal electrónico, jugando batallas interminables por Internet, a muchos otros se los puede encontrar caminando por las calles camuflados, vestidos de pequeñas mujeres u hombrecitos con ropa a la moda de los adultos y, a otros, corriendo de aquí para allá porque después de una jornada horas en el colegio, continúan sus compromisos con actividades extracurriculares y deben cumplir con los horarios que sus padres le han acordado. Si azarosamente en esta carrera diaria llegasen a tener algún tiempo de espera, se dedicarán a jugar a algún juego por Internet con el celular que uno de sus padres les ofrecerá para que no se aburran mientras tanto. En este mismo momento, me estoy dando cuenta de una cosa más: también están perdiendo la posibilidad de aburrirse.

Comenzando por los más externo, la imagen, se puede observar que las marcas de ropa para niños confeccionan los mismos modelos de prendas para grandes en talles pequeños. Pantalones para niñas ajustados, para resaltar no sé qué, zapatos con plataforma poco recomendados para jugar a la rayuela, trajes de baño de dos piezas, inscripciones en camisas que versan desde «Rolling Stones», junto al dibujo de una boca desafiante, hasta » Love» en letras doradas, han sido algunos de los exponentes que más me han llamado la atención. Ahora no vayan ustedes a creer que el niño se viste así por pura elección. Este modo de vestirse no responde a otra cosa más que al deseo de los padres.

A nivel cognitivo, al comenzar primer grado deberá saber escribir su nombre, contar diez o más objetos, hacer correspondencias matemáticas, tener nociones de historia y de geografía, hacer deporte, preferentemente fútbol. Luego, ir a aprender guitarra, piano o algún otro instrumento, invitar a algún amigo entremedio para promover la socialización y si somos religiosos, estudiar religión.

Es notable, el mundo adulto quiere incorporarlos lo más rápido posible. Apurados vaya a saber por qué, se los trata como pequeños grandes que deben estar a la altura de las circunstancias. Ustedes recordaran haber jugado de niños a «ser como los adultos». Jugar a la mamá, a la maestra, al doctor, son algunos de los juegos más recurrentes. En el juego el niño se adueña de la situación. Allí hace activo algo vivido pasivamente: Es él el que determinara las cosas que sucederán en la trama lúdica y las que habitualmente debe aceptar con cierta pasividad. El niño por sí mismo sólo jugaría «ser grande». Esto sería suficiente y saludable para su desarrollo. Pero el problema se presenta en la actualidad es que, llevado por el sistema, es direccionado a asumir en su cotidianidad un papel que literalmente le queda grande.

Ahora, vestirse como adolescentes deseables, responder a las exigencias escolares y extra escolares, asemejándose a pequeños ejecutivos no es todo. A esto hay que sumarle un elemento más, y es ante el cual los padres comienzan a tambalear, que es la relación de simetría que se establece entre ellos y sus hijos. Los niños se dirigen a sus padres de igual a igual. La relación de asimetría que caracterizaba a los años anteriores, donde la palabra del padre o algún adulto responsable se respetaba, en la actualidad esta devaluada y puesta en el mismo nivel que la del niño. Es frecuente ver como los chicos dirimen cuestiones con sus padres, a nivel de un partener y no de un niño que, en discordancia o no, debe aceptar la palabra de un adulto.

Por el contrario, cada vez con mayor frecuencia vemos a los padres aceptar con sumisión los caprichos de los hijos, al estilo de un niño-amo que dice y ordena cómo se hacen las cosas. Pero además este capricho de las nuevas generaciones, traspasa al capricho habitual, transformándose en un capricho injuriante donde el padre es insultado o degradado con un vocabulario que años atrás hubiese sido impensado para una relación padre- hijo.

Es hora de ordenar las cosas, ellos lo están necesitando.

TEXTO PARA COLUMNISTA

Paula Martino

Psicóloga argentina, magister en psicoanálisis.

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