Columnas

LA IGLESIA HOY EN DÍA

#DescubrirLasRaíces

Alguien me enviaba unas consideraciones recodando cuando hace unos años la Iglesia –cosa usual en los Estados- se presentó ante el Comité de Derechos del Niño de la ONU y todo se desarrolló con normalidad.

Y se hacía ver algo de plena actualidad. Aquí podría ser de interés unas palabras del Papa, que agradeció a tantos sacerdotes que dan la vida en el anonimato del servicio cotidiano… Y nosotros en la historia conocemos una mínima parte de cuántos obispos santos, cuántos sacerdotes, cuántos sacerdotes santos que han dejado su vida al servicio de la diócesis, de la parroquia; cuánta gente ha recibido la fuerza de la fe, la fuerza del amor, la esperanza de estos párrocos anónimos, que no conocemos. ¡Hay tantos!”. Y añadía con su habitual vivacidad: ‘¡Pero, padre, he leído en un diario que un sacerdote ha hecho tal cosa…!’. ‘Si, también yo lo he leído, pero, dime, ¿en los diarios están las noticias de aquello que hacen tantos curas en tantas parroquias de ciudad y del campo, la tanta caridad que hacen, tanto trabajo que hacen para llevar adelante a su pueblo?. ¡Ah, no! Eso no es noticia. Eh, lo de siempre: hace más ruido un árbol que cae, que un bosque que crece.” “Y nos hará bien pensar en nuestros obispos y en nuestros sacerdotes valientes, santos, buenos, fieles y rezar por ellos. ¡Gracias a ellos nosotros hoy estamos aquí!”.

Realmente ha habido fallos; pero esas acusaciones, frecuentemente, se convierten en ataques genéricos contra todos los sacerdotes; y son injustos pues no debe ensombrecerse la labor positiva de una amplísima mayoría. Ciertamente un solo caso es de lamentar, pero seamos realistas. Sólo como ejemplo recuerdo el dato de Estados Unidos, con 50,000 sacerdotes, y unas decenas de estos abusos… en medio siglo, y frecuentemente sin probar.

Por otra parte, alguien señalaba que la reserva de la Iglesia en estos casos es cómo actúa un padre con un hijo en problemas: no lo abandona, lo trata con cariño. Y con justicia; ya desde hace años, la Iglesia subrayó tres principios: atender a las víctimas, ayudar a los culpables –facilitando su rehabilitación y, si es preciso, haciendo que abandonen el ministerio- y respetar las leyes del país. Nada que ver con el secreto.

Y partir de la responsabilidad personal. Cuando alguien se porta mal, él responde por sus actos, como en cualquier gremio. En el caso de la Iglesia, cuya doctrina moral es perfectamente conocida, si alguien comete un delito será a pesar de la Iglesia. De los primeros doce que escogió Jesús, uno fue traidor. Si la Iglesia se hubiera centrado en la traición de Judas, hubiera dejado de existir hace mucho tiempo. Por el contrario, se centró en los otros once. Es comprensible que algunos no presten atención a esos buenos ‘once’, pero es injusto.

Ante estas acusaciones, sean casos reales o falsos, uno se plantea: es semejante a un miembro de un club deportivo que comete un delito: él debe responder. Acusar a ese club sería simpleza, mala fe… o chantaje.

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