Columnas

Mujeres cómplices

#Catarsis

Por lo general cuando se habla de abuso sexual pensamos en un agresor del sexo masculino, pero pocas veces aceptamos la responsabilidad y el papel que algunas mujeres y madres desempeñan en los casos de abuso y maltrato.

La siguiente historia es real. Para proteger la identidad de la víctima los nombres y el lugar de los hechos han sido cambiados.

Luisa es una guatemalteca residente en Costa Rica y ahí conoció a Carlos y Renata, también guatemaltecos residentes en San José. Ellos tienen dos hijas mayores de edad que cursan la universidad en Guatemala y una hija menor de casi 4 años que vive con ellos. Al inicio se frecuentaban con regularidad y Luisa contrató los servicios de una planchadora que Renata le recomendó.

Un día la planchadora a quien llamaremos Mariana, llegó muy agitada a la casa de Luisa y pidió hablarle en privado. Mariana le relató que esa mañana había ido a planchar a casa de Renata y que la pequeña hija de Renata al regresar del colegio le pidió a la niñera que la llevara al baño porque tenía ganas de hacer pipí. Cuando la niñera limpió a la niña el papel higiénico estaba manchado con un poco de sangre y la niña se quejó de dolor. Revisó la ropa interior y vio que tenía también rastros de sangre, no era una hemorragia severa, pero la niña estaba lastimada. La niñera sin saber qué hacer llamó a Mariana y revisaron a la niña, quien estaba lastimada en sus partes íntimas. Mariana le dijo a la niñera que llamara inmediatamente a Renata, que en ese momento se encontraba fuera de casa y también le preguntó a la niña, ¿quién la había lastimado? Pensando que sería alguien en su colegio o el mismo chofer del bus. A lo que la menor respondió de inmediato que había sido su papi. Se lo preguntaron varias veces y la menor les dio la misma respuesta.

Cuando Renata llegó le narraron lo ocurrido, le pidieron que revisara a la niña y le mostraron la ropa interior de la menor. Renata les dijo que llevaría a la niña al pediatra al día siguiente porque tenía dolor de cabeza y les pidió su discreción. Mariana se sorprendió mucho de la actitud de Renata y decidió irse sin terminar su trabajo, y así fue como se dirigió a casa de Luisa.

Luisa por su parte se alteró con semejante historia, pero no sabía hasta qué punto creerlo y le costaba creerlo. Ella los conocía y le parecían buenas personas. Sin ser gente adinerada tenían una buena posición socioeconómica, educación, un hogar aparentemente estable, asistían a la iglesia evangélica, no había nada que pareciera extraño hasta ese momento.  La planchadora le dijo que ella iba a renunciar a su trabajo en casa de Renata porque no pensaba regresar jamás a ese lugar.

Luisa no sabía qué hacer, ¿debía denunciarlo?, ¿en donde, ante que autoridad? No tenía pruebas y solo conocía el testimonio de Mariana. Cuando su marido regreso por la noche, este le aconsejó que esperara unos días y que le preguntara a Renata directamente. Luisa se encontraba alterada y confundida. No podía creer cómo un padre podría ser capaz de semejante atrocidad, ¿y si hubiese sido otra persona? Es más, no podría creer que ella había frecuentado a estas personas sin darse cuenta. También sabía que no podía juzgar solamente en base a un testimonio de una tercera persona.

Su conversación con Renata se dio antes de lo esperado, cuando esta última la llamó por teléfono a los dos días de lo ocurrido. Renata le dijo que Carlos accidentalmente había lastimado a la pequeña con la pastilla de jabón cuando la estaba bañando por la mañana y que las empleadas habían pensado que Carlos había abusado de la pequeña. Y le dijo que la “ridícula” de Mariana había renunciado y que había despedido a la niñera porque era una acusación terrible que ella no iba a tolerar. Luisa le preguntó si había llevado a la niña al pediatra y Renata le respondió que no era necesario y que lo de la niña era una pequeñez por la que no había que preocuparse.

La historia termina con que Luisa y su esposo dejaron de frecuentar a Carlos y a Renata, pero guardaron silencio. Sabían que en casos así es difícil lo que se puede hacer sin involucrarse y no tenían pruebas como para hacerlo. Mariana siguió trabajando con Luisa y siempre se mostró como una persona seria y responsable en su trabajo. No llegaba con chismes, pero tampoco volvió a hablar de Renata o de lo ocurrido.

Para Luisa la llamada de Renata fue reveladora, la había llamado para defender y justificar a su esposo y no negó su participación en los hechos. ¿Quién lastima de esa forma a una pequeña con una pastilla de jabón? El jabón bien pudo irritarle la piel, pero eso no justifica la presencia de sangre. ¿Qué madre no lleva de inmediato a la pequeña al doctor para que sea revisada y atendida? Los padres y en este caso la madre, tienen la obligación de proteger a sus hijos. Su justificación de los hechos y la historia de la pastilla de jabón no hacen sentido.

¿Cuántas mujeres no son cómplices de violadores y asesinos? ¿Cuántas madres silencian el maltrato y abuso sexual de sus hijos? ¿Qué hubiesen hecho en el Lugar de Luisa?

TEXTO PARA COLUMNISTA

Carmina Valdizán

Abogada y analista guatemalteca, presentadora de televisión y escritora.

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