Columnas

Los niños como última prioridad

Virgilio Álvarez Aragón

Sociólogo

En los últimos años, el sistema escolar ha sido dejado de lado en todos sus aspectos, tanto en lo relacionado con la infraestructura como en lo que a recursos y apoyos didácticos se refiere. El tan cacaraqueado proceso de transformación de la formación inicial de maestros es, a todas luces, un rotundo fracaso. No solo las antiguas escuelas normales han sido menospreciadas y dejadas de lado si no, lo más doloroso, la Universidad de San Carlos no ha asumido con responsabilidad el reto. Si el gobierno central no cumplió a cabalidad con sus obligaciones financieras, la USAC no ha sabido darle el impulso académico que el proceso transformador exigía.

Pero el abandono de la niñez es general. La responsabilidad pública con la educación de las nuevas generaciones ha sido dejada de lado, siendo atendida con simples espectáculos demagógicos, como fue la producción de algunos cientos de pupitres por parte de la Industria Militar, donde la mano de obra no remunerada de los soldados solo ha venido a incrementar las ganancias espúrias de esa empresa de capital y administración financiera más que opacas.

En lo que se refiere a los edificios escolares la situación es catastrófica. Ejemplo de ello son los distintos municipios y aldeas de las riveras del lago de Atitlán. Si en ellas el turismo de la pobreza se ha convertido en la más cínica de las actividades comerciales, la ruinosa situación de la infraestructura escolar es solo uno de los tantos “monumentos de la pobreza” que los turistas nacionales y extranjeros visitan con ojos de lástima.

Los millones de quetzales que desde el erario guatemalteco y países amigos se han erogado para supuestamente mitigar daños de desastres naturales como las tormentas Mitch y Stan no han sido utilizados eficientemente para readecuar edificios escolares. Miles de niños reciben clases en covachas de tablas, como la Escuela Provisional armada sobre la terraza del mercado Municipal de San Antonio Palopó.

Sin libros, cuadernos, ni pizarras, los niños rurales y del país no solo no cuentan con espacios adecuados para el esparcimiento si no que, además, los edificios escolares no cumplen con los requisitos mínimos de ventilación, aislamiento y seguridad. Si los drenajes de aguas servidas recorren las calles a cielo abierto, en la mayoría de los edificios escolares de la zona del altiplano la ausencia de agua potable y servicios sanitarios  es una de las tantas deficiencias con las que los futuros ciudadanos se enfrentan día con día.

No es posible hablar de calidad de la educación si el alumno no cuenta con las condiciones mínimas para llevar a cabo su formación. No son necesarias grandes piscinas de hasta tres metros de profundidad donde la falta de control conduzca a accidentes fatales, pero si lo son agua potable bebible, sanitarios limpios, aulas frescas, seguras y cómodas.

Para lograrlo no es imprescindible que los superfluos aportes millonarios que la cooperación internacional desperdicia en Ongs nacionales e internacionales dedicadas, supuestamente, a dar asesoría al Congreso de la República se reorienten, con una clara y efectiva redistribución de los recursos públicos esas escuelas pueden convertirse en espacios agradables y útiles a miles de niños que en la actualidad son tratados más como objetos de desecho que como el futuro social y económico del país. Con el traslado de 50% de los fondos dedicados a funcionamiento de Presidencia de la República decenas de edificios escolares podrían ser reparados y mejorados, sin que por ello las funciones efectivas de la Presidencia y Vice Presidencia sufrieran el más mínimo desmedro. Con la sóla reducción de la flota de guardaespaldas de los altos funcionarios y la utilización de sus autos privados la infraestructura escolar podría recuperarse.

El asunto es, pues, de simple voluntad política y compromiso público. Si la municipalidad de Guatemala a podido ofrecer a sus habitantes una red de transporte público de calidad, infinitamente superior al privado, del Gobierno de la República depende que los niños de este país sigan asistiendo a escuelas tipo “tomate”, cuando bien lo pueden hacer en escuelas “tipo Transmetro”.