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Si esto apenas empieza, ¿cómo y cuándo termina?

La ansiedad conmemorativa se percibe en el ambiente. En justicia debería recordarse a las pocas decenas de personas que, casi inmediatamente después del destape de La Línea, el 16 de abril de 2015, se plantaron en la esquina de la 6ª calle y 6ª avenida para expresar su indignación. Así empezó, debe recordarse.

No obstante, la primera gran concentración en la Plaza de la Constitución, la del 25 de abril, se lleva el simbolismo del primer aniversario. Ni modo, así es la memoria: un territorio en disputa.

Puede decirse de esta otra manera: la conmemoración del 25 de abril será el nuevo capítulo, acaso una efímera página, de la lucha entre la Guatemala que quiere y necesita nacer (o renacer) a la luminosidad de una auténtica primavera democrática, y un statu quo gatopardista según el cual, el país ya cambió y lo que toca es seguir luchando contra “la corrupción”, mejor si es la del gobierno de Otto Pérez y Roxana Baldetti.

Eufóricos, al ritmo de la batucada, movidos por la energía de la juventud que alimenta la hoguera de la indignación, coreamos que “esto apenas empieza”. Pero es obligado preguntar y responder: ¿cómo y cuándo termina?

El gatopardismo logró hacer control de daños, recomponer a rajatablas su esquema de poder y remendar las grietas del cemento ideológico que repella la dominación. Emprendió el camino de la restauración reaccionaria, según dijimos la semana anterior, utilizando categorías analíticas propuestas por Marco Fonseca y Carlos Sarti.

Pero el proyecto restaurador enfrenta tropiezos (contradicciones, diríamos, con lenguaje en desuso) que le hacen trastrabillar a cada paso. Algunas fracciones de las clases dominantes se resisten al saneamiento y la reingeniería diseñados en Washington, mientras los operadores del poder imperial, encabezados por Tod Robinson, no se detienen en sutilezas de modales y formas protocolarias para señalar las pústulas de más de medio siglo del modelo oligárquico de dominación.

Así, ahora resulta que los voceros, oficiales y oficiosos, de aquellas fracciones defienden “la soberanía nacional”, pero desde los departamentos (ministerios) de Estado y de Justicia estadounidenses llegan señales sobre múltiples colas machucadas de varios tenazudos, no de sus intelectuales orgánicos.

Y en el ámbito de los aparatos ideológicos de dominación, la cabeza del Estado, el Congreso de la República, la Corte Suprema de Justicia y no pocos ministros de gobierno, hacen flaquísimos servicios al proyecto restaurador. Es inevitable citar el oprobioso comentario de Jimmy Morales sobre el muro de Donald Trump. O los diputados montoneros y racistas. O el magistrado señalado de vulgar tráfico de influencias. Acumulación de ejemplos que bien podrían inspirar un texto académico titulado: Miseria de la política.

Lo único que parece sostener la legitimidad del Estado es el binomio Ministerio Público-Cicig. Pero de allí vienen más contradicciones para los restauradores: el reciente destape de la corrupción, la Terminal de Contenedores Quetzal, no solamente hunde hasta el fondo a Pérez Molina y  Baldetti: deja al descubierto otra de las mil caras de la Línea Dos.

Razón de más para corear, esto apenas empieza.

Lo único que parece sostener la legitimidad del Estado es el binomio Ministerio Público-Cicig