Llueve con sol
Pateando una piedra y alcanzando a ver hasta dónde llega. Caminando sobre los charcos y alejándome de las esquinas donde los carros aceleran solo para empapar a los ancianos y a las mujeres con niños que esperan el rojo de sus semáforos.
El calor me agrietó el ánimo durante meses. Llevo mis audífonos puestos y escucho alguna canción de The Smiths que reiteradamente tarareo en el coro. Toda esta anormalidad es excesiva: llueve con sol y el vapor inunda todo. Mi respiración se hace fatigosa y no llevo mi inhalador. Una cuadra más adelante una docena de transeúntes se juntan frente a la vitrina de un almacén para ver un partido de futbol europeo. Oficinistas y niños lustradores parecen congelados frente a la pantalla.
La dependiente de un negocio de ropa usada baila junto a una bocina que pone bachata mientras teclea velozmente sobre su teléfono. Tres adolescentes con el suéter del uniforme amarrado a la cintura comienzan a mentarse la madre. Las muchachas que van con ellos los empujan y los abrazan. Unos corren a otros y simulan que van a sacarse un arma de la espalda.
Mis zapatos van húmedos y perdí de vista la piedra que venía pateando. La mirada de un anciano indigente, que siempre lleva saco y un pañuelo en la cabeza, me alcanza y por un momento siento que está tratando de comunicarme telepáticamente algo. Comienzo a sentir que me vuelvo loco.
Hacia donde vea siempre hay gente tratando con todas sus fuerzas de evadirse de algo. Una confluencia de soledades. Algunos buscando, otros fingiendo que encontraron; algunos topando el volumen al radio de sus carros, otros besándose desesperadamente en la parte más vacía de un parque. Las noticias, la pobreza y el vacío se derraman en cada esquina. Los que pueden quejarse lo hacen del clima. Los que pueden sentirse orgullosos lo hacen de un equipo de fubol español. Otros solo caminamos pensando en cómo seguir vivos.