Columnas

Leer te cambia la vida

Un día conocí a Federico Nietzsche, me lo presentó un amigo ya fallecido. Me habló de él como un discurso contra la locura. Me dijo, “ese mono se murió amarrado a una cama, gritando para que apagaran la luz, aún y cuando la habitación estaba en tinieblas”. Se reía burlonamente de la escena y me provocó más diciéndome: “le dijo a los alemanes que Dios había muerto y así se hizo famoso”. Con la curiosidad encendida compré “Así hablaba Zaratustra”, y al leerlo mi vida sufrió un cambio profundo. Todo el pensamiento de occidente, fundamentalmente el sistema de coerción aristotélico en el código de nuestra comunicación, que empezaba a ser masiva debido a la radio y la tele, me fue desvelado en esa semana en la que leí y sufrí al anacoreta.

Meses después, mis lecturas de Nietzsche se habían incrementado y no tenía paz en la lucha con los valores impostados por las culturas de guerra. Quería formar un espíritu indomable que peleara como león y disfrutara como un niño, para lo que me cargaba como camello con todo el saber posible. Me hice su socio en la locura, en la crisis y en la soledad. Dolido, requería romper el aislamiento y volver al gregarismo. Entonces, otro amigo me presentó a Hermann Hesse.  Demian me tomó de la mano para salir juntos del laberinto de los dioses griegos, de la culpa y del cascarón del águila. Retornamos a oriente como Abraxas, a la contemplación, a ver pasar el río como el viejo Siddhartha, despojado de apegos. Mi vida otra vez cambió.

Pero antes hubo otros cambios. En mi infancia navegué por el Misisipi en vapor de Rueda, y por otros ríos sin nombre, sobre balsas de troncos y tablas al lado de Mark Twain. Me había involucrado en sangrientas batallas entre piratas y bucaneros con Salgari. Había descubierto fórmulas de sobrevivencia con el ingeniero Cyrus Smith, Nemo el capitán y con Defoe. Ya había recorrido Rusia desde Moscú hasta Mongolia a caballo y en ferrocarriles interminables. Montado en un globo le di la vuelta al mundo, observé el nacimiento de la bolsa de valores, conocí los motivos íntimos de la Revolución Francesa y viví el despertar luminoso de la humanidad el día en que rodaron cabezas en París.

Los libros y las manos mágicas de narradores exquisitos o crueles agregan valor en nuestras vidas. Leer es descorrer cortinas frente a ventanas inmensas de sabiduría, que ni siquiera nosotros sabíamos que existía, diría Joaquín Sabina. La lectura es liberadora y formadora de áreas creativas de nuestra mente. Nos brinda argumentos y nos cuestiona en la intimidad. La lectura nos da cohesión y nos presta asideros inesperados para salir de las trampas de la rutina.

Recientemente, un buen amigo me habló de Filgua, la Feria internacional del libro en Guatemala. Esta se viene ya, del 14 al 24 de julio en el Parque de la Industria. Lo invito a que venga y que allí nos encontremos, tal vez con un café, con otros miles de lectores a intercambiar lecturas que quizá nos cambien la vida. Que nos animen a cambiar.

La lectura es liberadora y formadora de áreas creativas de nuestra mente. Nos brinda argumentos y nos cuestiona en la intimidad. La lectura nos da cohesión y nos presta asideros inesperados para salir de las trampas de la rutina.