Cultura

La entrevista: De Berlín a Birmania, un largo periplo, con Guatemala a cuestas

A principios de noviembre de 2015, Aníbal Barillas recibió la noticia de que había ganado el premio Unicaja de Relatos en su XXVI edición por el relato “El tamaño de las cosas” y el 26 de abril del 2016 le hacen la entrega del galardón en Málaga (España). El Premio funciona desde 1983 y en sus 33 años de existencia ha reconocido el trabajo de escritores españoles y latinoamericanos de alta calidad literaria y algunos ya consagrados en el medio. Su relato fue el más corto dentro de los presentados, lo que refleja de alguna manera que el contenido pesaba más que las dimensiones del texto y lo que naturalmente reforzó su visión sobre un trabajo literario más depurado. Antes, en el 2012 obtiene el segundo lugar en el concurso de ensayo “Pensar a Contracorriente” en La Habana, Cuba, por el trabajo: “El despertar del pensamiento: Contra-paradigmas” que aborda las características del pensamiento colonizado y propone ciertas premisas para abordar la emancipación epistemológica en América Latina.

¿De qué va el cuento?

—“El tamaño de las cosas” es un relato corto que cuenta la historia de un catedrático de universidad que un día despierta con una extraña sensación y en poco tiempo nota que le están creciendo las manos. Seguidamente se narra la angustia que sufre el personaje que frente a aquella tragedia inevitable decide aislarse y termina sus días al lado de una prostituta de la tercera edad en un lugar de mala muerte. El texto puede ser interpretado de muchas formas pero resulta un tanto obvio percibir cierta sensación de zozobra, tensión y desconcierto de un sujeto frente a una realidad que siendo la misma es percibida en un proceso de alejamiento o deformación. Resulta inevitable cierto monólogo interno, enfrentarse con la soledad y aislarse en la propia tragedia de lo que aparentemente es inevitable. El mundo en que antes vivía de alguna forma ha muerto y su condición física es tan solo una metáfora de ello, sea como causa o predestinación. No resultará antojadizo que Kafka o Cortázar puedan ser dos claras referencias, tanto por el tono como
por la forma.

—¿Cómo es tu vida en Berlín?

—Debo decir que relativamente tranquila pero con muchas ocupaciones. Ahora vivo en Potsdam, Brandemburgo a 30 o 35 minutos de Berlín. Naturalmente, la capital alemana está llena de múltiples opciones así que depende de tus prioridades. En verano las actividades públicas suelen incrementarse aunque en invierno se mantiene el ritmo de exposiciones o conciertos en espacios cerrados. Por razones personales, pero sobre todo, por razones psicológicas trato de mantener cierta dinámica cotidiana o hábitos de estudio que ya traía de Guatemala, aunque debo aceptar que por las condiciones culturales, entre ellas el idioma, tengo la oportunidad de concentrarme más en la lectura y la escritura. Por lo general leo en la tarde y escribo en la noche. De momento mi producción está diversificada así que me divido entre el cuento y el ensayo, por lo mismo a veces avanzo lentamente en los temas que abordo.

Viviendo ahora en Potsdam los fines de semana puedo tomar un par de horas para mi otro oficio: la pintura, aunque en estos momentos con los estudios universitarios he tenido que bajar la guardia. Los fines de semana en ocasiones me acerco a Berlín para comprar algún libro, pasar a un café, caminar casi a ciegas por la enorme ciudad o buscar alguna exposición accesible, en realidad creo que soy un mal turista porque siempre voy en busca de lugares no necesariamente muy populares o conocidos, los barrios de Kreuzberg o Koln me parecen reveladores y las múltiples culturas que de pronto aparecen entre turcos, latinos y árabes me resultan por demás interesante, una diversidad que puede ser interpretada de muchas formas y no solo de una.

—¿A dónde has viajado?

—Previo a venir a Europa y viajar a sudeste asiático había estado en varios países de América por diversas razones. Naturalmente conozco toda Centroamérica, pero mi niñez la viví en Nicaragua y mi juventud en Guatemala. Cuando viajé en 1998 a Estados Unidos conocí Texas por una pasantía para conocer los procedimientos legislativos en dicho Estado; luego estuve en 2008 en Chicago y Nueva York en una aventura como artista, vendiendo mi obra con algunos coleccionistas privados hasta que se me acabo la plata y regrese a Guatemala. A Brasil había viajado en el 2001 en un intercambio que realizó una organización cristiana para la que trabajaba e hice contacto con los grupos que organizaba en ese entonces Frei Betto (que luego sería ministro del PT). El vínculo con los Núcleos de base que organizaba me llevó a conocer cuatro estados de Brasil: Sao Paulo, Río de Janeiro, Gerais y Minas Gerais, cada uno con experiencias inolvidables. La formación tanto académica como espiritual la realizaba la orden de los dominicos dirigidos por Frei Beto y Frei Alberto. En ese entonces yo era coordinador del área de formación política de juventud en la organización y la idea era conocer la experiencia de estos núcleos urbanos y aquellos como “Los sin Tierra” que operaban en el área rural. En cada uno de los Estados pude desarrollar la idea de “arte colectivo” con niños y jóvenes, sobre un lienzo extendido en una superficie trabajaban libremente  un grupo de 7 a 8 personas con diferentes colores, el ejercicio se reprodujo en zonas urbanas, centros culturales, escuelas, zonas rurales y favelas. Posteriormente pude viajar a Venezuela y hacer un pequeño recorrido por Centroamérica.

—¿Por qué Alemania?

En el 2013 tomo la decisión de viajar a Alemania, encontrar a mi hijo y pasar una temporada. Luego retorno a Guatemala en el 2014 y ese mismo año realizo un viaje de trabajo a Indonesia, Birmania y algunos países del sudeste asiático como Malasia con una experiencia que si bien era artística se constituyó en algo totalmente espiritual y de descubrimiento de un país como Indonesia con la mayor cantidad de musulmanes y un país como Myanmar con el budismo más puro, ese contraste me permitió percibir la complejidad no solo de aquellas sociedades sino las similitudes, las distancias y los desconocimientos entre aquel continente y Latinoamérica. Seguidamente me trasladé a Berlín y decido quedarme por más tiempo para desarrollar mi obra pictórica, académica y narrativa.

Discurso de Málaga (Fragmento)

Las palabras del escritor, al momento de recibir el premio

Yo vengo de Guatemala, un país pequeño con gente de gran corazón, un país donde peculiarmente abundan los escritores y con seguridad se debe a su belleza pero también a su tragedia. Y para los que de alguna manera u otra somos migrantes en Europa, el viaje que hacemos cuando cruzamos el océano se realiza con tres equipajes: un equipaje de experiencias, otro de ideas y un equipaje de palabras, de lenguajes, de aquellos símbolos que se acumularon en esa fracción de nuestra vida y que viajan permanentemente con nosotros. No es de extrañar entonces, que el título de éste pequeño cuento nos remita a la dimensión que tienen las cosas que nos rodean y ello tiene que ver mucho con la angustia del cambio o la esperanza del retorno.

Ahora que se celebra el cuarto centenario de la muerte de Cervantes, cerca de 560 millones de personas hablan el español en todo el globo terráqueo, en estos precisos momentos la lucha por el voto hispanohablante en Estados Unidos es una prioridad de campaña, y aunque muchas veces la literatura está un poco distante de esos datos cuantitativos, de esos espacios cotidianos o de aquellas pugnas por el poder, debemos decir que el idioma sigue siendo ese medio imprescindible para transmitir interpretaciones de realidades, culturas y grupos humanos complejos y en constante transformación. Por tanto, este premio de relato no representa un mero evento aislado de ese conjunto, sino que cumple precisamente un papel de conexión, acercamiento y creación de un puente simbólico entre dos o más continentes. Y ese trabajo de internacionalización de la palabra y del idioma es lo que nos permite a nosotros como latinoamericanos y a ustedes como españoles, compartir una casa común y poder enriquecer las interpretaciones del universo infinito que nos rodea. Ese idioma que representa también un territorio identitario es donde nos reconocemos como seres humanos, es el material intangible con el que empezamos a hablar, a convivir con la familia, a compartir con los amigos, es esa secuencia sonora con la que también amamos, jugamos, deconstruimos o relatamos la historia de lo que no queremos que sea olvidado. Porque como diría el puertoriqueño Rafael Sánchez cuando ya las fuerzas materiales nos han rebasado, el idioma se transforma en nuestra última trinchera.

Y para cerrar quiero también parafrasear al nobel húngaro, Kertész cuando dice que “La lengua en la que nos pronunciamos sólo existe mientras hablamos; cuando callamos, calla también la lengua, siempre y cuando alguna de las lenguas grandes no se apiade de ella, la levante, por así decirlo, y la resguarde”. En este caso nos corresponde a nosotros, todos y todas, hablar el español, escribirlo, recrearlo, enriquecerlo y fraternalmente compartirlo con nuestros semejantes. Y no olvidar nunca, que ese idioma que muta constantemente también es nuestro hogar, nuestro refugio y finalmente, estemos donde estemos, el idioma también es memoria.

Viajé a Alemania para encontrar a mi hijo… En Berlín decido quedarme más tiempo para desarrollar mi obra pictórica, académica y narrativa”.

Aníbal Barillas

GANADOR DEL PREMIO UNICAJA 2015