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Retrovisor

Dignidad es darle nuestra capacidad de amar solamente a aquellos que nos corresponden. Lo demás son pequeños suicidios, afectos en los que derramamos estúpidamente toda nuestra vida.

Acaso la frustración más grande es intentar una y otra vez cambiar lo que somos con el único propósito de sentirnos dignos de los demás. Quizá porque pensamos que siendo como ellos toda esa tristeza acumulada irá disipándose.

Conducimos nuestra existencia como si manejáramos un microbús que en cada esquina sube a personas distintas y permite a otras bajar cuando han llegado a su destino. Algunos pasajeros llegarán con nosotros hasta el final del viaje, así como otros serán parte del inventario de nuestro olvido.

El error no está en recordar, sino en repetir. Transformarse es ver por el retrovisor el camino y descubrir cuánto de lo que hemos sido y somos sigue acompañándonos. Hay un viejo refrán que dice: Nunca debemos regresar por eso que dejamos tirado.

Lo paradójico de todo esto es que el deseo de cambiar es imposible, porque en realidad siempre estamos cambiando. Usamos tal palabra únicamente para sanarnos del tiempo y del pasado; para sanar hay que borrar, dice un amigo. Si tal cosa demanda tanta voluntad y reflexión para nosotros como individuos, imagine amigo lector ¿cuánto tiempo necesita para comprenderlo una sociedad tan golpeada como la nuestra?

Los molestos pasajeros que llevamos detrás son las insignias de nuestro miedo. Ese pasado herrumbroso que quiere dirigir todavía nuestro presente. No se debe cambiar Guatemala; se debe rehacer Guatemala. Pero el destino en este viaje es un imperativo que debe trazarse en el hoy mismo sin despegar la vista del retrovisor para ya no accidentarnos en los mismos errores. Construir la dignidad es la primera gran tarea: la justicia pendiente, la equidad pendiente, la humanidad pendiente. Sin tales cosas resueltas no existe el próximo paso, solo ese interminable retroceso sobre el viejo camino del que tristemente ya sabemos demasiado.