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La irrupción de un hombre sencillo en la justicia

En Guatemala solo se habla de la violencia y del caso Cooptación del Estado, al menos mayoritariamente. Por eso, hoy decidimos referirnos al segundo de estos temas.

La justicia en Guatemala tiene mala fama; el común de los guatemaltecos le teme por injusta, especialmente los que no son “nadie” o no tienen los recursos financieros necesarios para sostener procesos largos y llenos de “mordidas”, sobornos y, por supuesto, los emolumentos de un abogado. Quienes imparten justicia en la Guatemala profunda se ven coartados por caciques o los violentos del lugar; se les hace difícil cumplir con su trabajo donde las instituciones del Estado son vistas con desdén y la gente no está acostumbrada a “someterse” a nada ni a nadie, menos a la ley.

El sistema de Justicia, entonces, desde los niveles más básicos, empieza sin el suficiente apoyo para quien es el encargado de hacerlo funcionar bien, y sucede muchas veces que los juzgadores se acomodan, por temor o simple conveniencia. A otros niveles, se exacerba todo, los peligros o el compadrazgo: en resumen, la justicia da miedo a los descalzos.

Sin embargo, hay guatemaltecos, juristas, jueces, como Miguel Ángel Gálvez, que hacen florecer la esperanza en el sistema. Hasta hace muy poco, el juez Gálvez había hecho carrera de manera discreta, en el interior del país y ahora en el epicentro del tsunami político desatado por Thelma Aldana al frente del Ministerio Público e Iván Velásquez, comisionado internacional contra la impunidad en Guatemala, se ha convertido en el parteaguas de un Estado con leyes chimuelas y el futuro de leyes con dientes y procesos apegados a derecho. A Gálvez le tocó conocer casos de alto impacto en los últimos dos años, los cuales han gozado de una hiperatención mediática y de redes sociales, lo que ha hecho de imputados y juzgador el centro de atención de reflectores nacionales e internacionales.

La histórica injerencia del poder en la justicia, a favor de abusadores y en contra de los demás, es una realidad innegable en nuestro país. La joven democracia guatemalteca y el lastre de costumbres dictatoriales y la herencia conservadora y excluyente poscoloniales, han frenado el fortalecimiento del sector Justicia y han hecho que confiemos poco y temamos mucho ponernos en manos de fiscales y jueces.

Sin embargo, de manera sencilla, un juez irrumpe en esa realidad. Insumiso, valiente, contador de historias, maestro, domador del tiempo y ejemplo, Miguel Ángel Gálvez, hombre de apariencia sencilla, de hablar aparentemente desordenado, con muletillas que torturan, y un carisma poco ortodoxo que cautiva, se ha convertido en el nuevo superhéroe de los guatemaltecos; lo dibujan los niños en las escuelas públicas más humildes y sencillas, y la activa clase media en redes sociales lo inmortaliza con memes plagados de la inventiva y jocosidad guatemalteca. Con él no hace falta ser abogado o estudiante de derecho; lo que Gálvez explica es completamente digerible para el público que siga pacientemente sus magistrales y maratónicas disertaciones.

Ha dicho “Una persona no puede llegar a construir un imperio estando detenida sin que haya un apoyo de todo un aparato”, refiriéndose a Byron Lima. Hace falta estar cimbrado en la honradez y el profesionalismo para no hacer caso del terror que nos ha amansado las ganas de reclamar lo justo, de no hacer caso al miedo sino a la justicia. En su momento también resolvió enviar a juicio por genocidio y crímenes de lesa humanidad al general Efraín Ríos Montt.

Ha recibido intimidaciones, causa escozor en grupos del sector privado y el odio de los que se empecinan en frenar el progreso del país, fundamentalmente aquel que a través de las instituciones del Estado puede ayudar a que los guatemaltecos gocen de una vida digna; sin embargo, también ha sabido ganarse y mantener en incremento la simpatía de un buen porcentaje de la población. Nos hace guardar esperanzas en el Sistema de Justicia guatemalteco, él mismo ha expresado que “El derecho tiene que ser parejo. El principio de legalidad constitucional es el sometimiento de la ley al funcionario público”. Fiel a lo que dice y promueve, ha llevado casos como el del asesinato de los diputados del Parlamento Centroamericano y su piloto, el caso Rosenberg, el de Eduardo Villatoro Cano por la muerte de policías en Salcajá, el de Byron Lima, y ahora como juez procurador en los emblemáticos casos de Otto Pérez y Roxana Baldetti (La Línea, TCQ, Cooptación del Estado).

Miguel Ángel Gálvez está dando el ejemplo; no se excusa ni arguye problemas de salud para no conocer casos, no busca protagonismo ni golpes mediáticos, no se apresura con nada ni con nadie, no se queja por las condiciones en las que trabaja, no echa la culpa a los demás: asume su responsabilidad y nos demuestra a los guatemaltecos que sí es posible construir un país distinto. Los jefes de los tres organismos del Estado deberían seguir su ejemplo y así quizá puedan recuperar de forma decente el protagonismo que este humilde servidor público les ha arrebatado por completo.

No ha obedecido y no se ha sometido a la injusticia, al miedo y los poderes fácticos, por eso, aunque suene a paradoja en el ámbito legal, el juez Gálvez es un insumiso.

Con una paciencia casi pastosa escuchó a todos los abogados defensores en el caso Cooptación del Estado, prácticamente veintitrés días: hubo quienes le gritaron, intentaron darle cátedra o imponerse a golpe de vociferaciones leguleyas; el juez escuchó y escuchó y escuchó. Luego, cándidamente, dijo “Las declaraciones de Monzón no serán tomadas en cuenta”. Con solo una frase desarmó la defensa que TODOS habían hecho, porque con tapaojos los abogados centraron sus ataques en Juan Carlos Monzón, ex secretario privado de Roxana Baldetti, y lo tacharon de mentiroso, no idóneo, etcétera, en vez de procurar pruebas, documentos, testigos, o quizá hasta confesiones que lograran que sus defendidos fueran desligados de los procesos legales demostrando su inocencia. Gálvez les espetó “por supuesto que no es idóneo (Monzón), es pícaro…” y acto seguido contó una anécdota mientras todos quedaban boquiabiertos y con su defensa hecha trizas. Se fijó en cantidades, en pruebas, en todo lo demás que el Ministerio Público y la CICIG le hubiesen presentado y no proviniera de otro pícaro ordenado y detallista, en lo obvio y que no miente: números, dineros vueltos cifras, ingresos y egresos, aquello que nunca dijeron no era cierto, sino que optaron por ignorar.

El apalancamiento ocurrió en cheques, facturas, documentos y el análisis de adquisiciones fuera de toda lógica con base en los ingresos de los acusados. No hubo abogado que lograra desechar lo obvio. Luego de casi cuatro días, Gálvez hilvanó, despacio y de manera sencilla, las dudas o sospechas que toda la evidencia presentada le hacía creer, para coronar con 53 ligados a proceso de los 57 acusados. Un dato histórico, un logro histórico en Guatemala, un momento y un juez también históricos.

Falta mucho en este caso y en los que vengan, según se avizora, pero si los demás jueces asumen el momento histórico como el juez Gálvez lo ha hecho, Guatemala tiene futuro.

El juez Gálvez dijo en una ocasión: “Antes de caer en alguna injusticia mejor me retiro”. Esta aseveración debería ser asumida no solo por los servidores públicos en el sector Justicia, sino por todos, en todos los organismos del Estado.