Columnas

“Lo privado también cuenta”

Hago un préstamo para encabezar la columna de este día. “Lo privado también cuenta”, uno de los muchos poemas intimistas de Otto René Castillo, cuyo título reivindica una producción literaria legítimamente nacida de lo personal, aunque raras veces desvinculada de lo social.

A quien no esté familiarizado con la época y el ámbito estético y político desde donde escribía el poeta quetzalteco, esa reivindicación puede parecer poco relevante. Digamos, nada más, que desafiar los cánones del “realismo socialista”, en los años 60 del siglo pasado, era casi herético para la literatura militante.

Decir que lo privado también cuenta (ahora sin comillas), es necesario para situar el Mirador de Kaminal de esta fecha: este espacio pensado para reflexionar sobre asuntos de trascendencia nacional, reniega del yoísmo tan extendido en las páginas de opinión del periodismo guatemalteco.

Pero, a despecho de ese credo, lo privado también cuenta. Y es el caso que el padre del autor de estas líneas está en su lecho de muerte: no sabemos si la enfermedad pulmonar obstructiva crónica que lo aqueja, provocando cinco episodios de neumonía en poco más de dos meses, le permitirá llegar a su 96 cumpleaños, el próximo 5 de septiembre.

Enrique Celada Corzo, tal es su nombre, quien acaso se recuerden únicamente sus familiares más cercanos (fuimos unos 74 nietos de sus padres, Gilberto Celada Maldonado y Soledad Corzo García) y los muy pocos coetáneos sobrevivientes que llegaron a conocerlo en su vida deportiva, estudiantil y profesional.

“No voy a hablarles de un hombre común”, dice Silvio Rodríguez en su Canción del elegido. Tampoco lo haré de un santo, “ni de un ser de otro mundo”: sencillamente de alguien representativo de una generación que dejó huella en sus familias, en sus comunidades, en sus instituciones, en su patria doliente.

De una generación extinta: porque el tiempo implacable puso infranqueable límite a sus vidas, pero también porque la perversidad instalada en el poder a partir de 1954, convirtió a esa generación en la reserva moral sobreviviente, pues las siguientes serían las del holocausto.

“El ciudadano nunca se jubila”, lo escuché repetir muchas veces. Y consecuente con esa convicción, los primeros síntomas de su enfermedad lo sorprendieron en una reunión de trabajo de la ONG de cuya junta directiva es vocal, a sus 95 años.

No hay bálsamo suficiente para el dolor de ver partir al hombre que, en la discreción de sus más profundas convicciones políticas, se las jugó por decenas de militantes clandestinos –incluido el más radical de sus hijos.

Pero quedan las palabras que Otto René Castillo escribió para hombres como Enrique Celada Corzo: “Lo más hermoso / para los que han combatido / su vida entera, / es llegar al final y decir: / creíamos en el hombre y la vida / y la vida y el hombre / jamás nos defraudaron… / Así son ellos, encendidas lejanías. / Por eso habitan hondamente el corazón / del ejemplo”.

Hasta siempre, Cucho.