Columnas

Olímpica derrota

Los logros de la delegación guatemalteca en los juegos olímpicos de Río de Janeiro posiblemente fueron mayores de lo que quienes saben del asunto podrían haberle pronosticado. Los deportistas consiguieron superar sus propios récords, y quienes no lo lograron fue debido a accidentes y lesiones, nunca por falta de dedicación y esfuerzo. En sociedades menos corruptas y más equitativas esos inhumanos esfuerzos seguramente habrían dado mejores resultados y los daños en su salud no se habrían producido, pues los países serios tratan a sus representantes con responsabilidad y esmero.

Sin preocuparse por entender la situación, no son pocos los que han osado criticar a los deportistas al no obtener los títulos que el demagógico eslogan de “Guatemala país ganador” del COG hacía suponer. Están también las que con estridencia irresponsable afirman que quienes obtuvieron medallas son muestra que todo es cuestión de voluntad y esfuerzo personal y que la acción del Estado nada tiene que ver.

Dígase para comenzar que todos los comités olímpicos cuentan con recursos públicos, y que de Phelps con sus seis medallas al oro de los fiyianos en rugby sus estados gastaron en prepararles. Si en muchos casos los ingresos principales de los deportistas no provienen de los premios obtenidos sino de servir de anunciantes de mercancías, los gastos en su preparación y participación en los eventos son cubiertos por sus comités olímpicos. Pero en una sociedad de maquilas y tortillerías ni Sofía Gómez, ni Barrondo ni Cordón pueden decir que sus triunfos deportivos les han permitido ser anunciantes de grandes empresas, mucho menos que tienen resueltos sus problemas financieros.

En Guatemala no es poco el dinero público que se dedica al deporte federado, casi diez veces más que lo que se asigna al estímulo de la ciencia y la innovación tecnológica. Sin embargo, no hay un seguimiento transparente del gasto, perdiéndose la mayor cantidad en burocracia y beneficios para directivos, como la compra de valijas y camisas.

La base del éxito en los grandes eventos internacionales no es solo cuestión de esfuerzo personal como se pregona, es consecuencia del impulso y desarrollo del deporte local. Ligas competitivas, formadoras de deportistas exitosos no necesariamente son costosas y altamente profesionales. En Guatemala, sin embargo, ¿seguimos acaso con pasión los Juegos Olímpicos nacionales?, ¿cuáles fueron las marcas del levantamiento de pesas de Jutiapa o El Progreso en esos juegos? ¿Cuántas gimnastas quichelenses superaron las marcas nacionales? ¿Quiénes fueron los contrincantes nacionales que Cordón debió enfrentar para conseguir ir de nuevo a una olimpíada?

Nada de eso sabemos, y en muchos casos eso ni siquiera sucede. Y es en esa situación de desamparo y negligencia que las autoridades deportivas promueven el “país ganador”, viajando casi un directivo por cada dos deportistas.

El deporte escolar, punto de partida para el desarrollo del federado, también sufre de total abandono, a pesar que la DIGEF cuenta con un presupuesto más que superior al de actividades culturales del Ministerio de Cultura y Deporte. Pero el ministro “aceptó la invitación” y nos representó en Río en la inauguración de los Juegos, lo que no hicieron las autoridades jamaiquinas, y eso que obtuvieron 11 medallas y cuentan con Bolt como triunfador casi permanente.

Esta vez la delegación fue un poco mayor que la de hace cuatro años, más inferior en número a la que hace 28 años asistió a Seúl y con peores resultados. Esta vez Cordón y Barrondo sufrieron profundos daños físicos, producto evidente de la desatención que las autoridades deportivas han dado a la salud de los deportistas. El segundo marchó hasta reventar, a pesar de la serie de daños que venía sufriendo desde meses antes, pero ello a directivos y publicistas no importó, ni parece importarles.

Lo que se consigue internacionalmente en el deporte es muestra de lo que una sociedad va logrando colectivamente, y en un país donde más de la mitad de sus niños están desnutridos y viven en pobreza cualquier logro en ese campo será un caso más que excepcional, constituyendo un aviso a superar nuestro marcado individualismo, corrupción y, principalmente, ese comportamiento casi atávico de unos a aprovecharse del esfuerzo y trabajo de los demás.