Un 26% de deportados de EE. UU. son guatemaltecos
La mayoría son niños que huyen de la violencia y situación de pobreza.
Cada año, miles de guatemaltecos viajan a EE. UU. para escapar de la violencia y la miseria. Pero para quienes logran llegar con vida, el “sueño americano” se interrumpe cuando son capturados por las autoridades migratorias.
De acuerdo con los datos de la Oficina de Inmigración y Aduanas de Estados Unidos (ICE, por su siglas en inglés), en el período comprendido entre el 1 de octubre de 2015 y el 30 de julio de 2016 el país norteamericano ha deportado a 196,497 indocumentados. De ellos el 26%, es decir 51,497, son guatemaltecos, y la lista encabezada por los migrantes originarios de México, Guatemala, Honduras, El Salvador y República Dominicana sigue en aumento.
En cuanto a los menores migrantes no acompañados que han salido de nuestro país, de enero a lo que va de agosto, 5,707 han sido deportados por vía terrestre y 135 por vía aérea.
La travesía generalmente se inicia en el río Suchiate, frontera entre Guatemala y México, donde cada año miles de centroamericanos atraviesan México para intentar llegar a EE. UU.
Quienes gozan de suerte llegan a La 72, un refugio que es dirigido por hermanos franciscanos y es la primera parada para quienes recorren el camino al Norte.
Este refugio está ubicado en Tenosique y recibe a familias enteras de toda Centroamérica. «El tiempo, las personas migrantes, la delincuencia común y organizada, las atrocidades que cometen las autoridades migratorias nos han indicado el camino para no solo brindar ayuda humanitaria sino que también ellos puedan ser escuchados, consolados, atendidos espiritualmente y orientados jurídicamente”, se lee en su sitio web.
Tras permanecer un breve tiempo en el refugio, los migrantes van a la estación de Tenosique o Arriaga a tomar el tren conocido como La Bestia, y continúan el largo y peligroso trayecto hasta la frontera con EE.UU. El peligro no solo es caer y perder una extremidad o incluso la vida; pueden caer en manos de extorsionistas y traficantes de personas.
Tras cruzar el Río Grande, entre México y Estados Unidos, y al ser sorprendidos por la patrulla fronteriza, los migrantes son trasladados a centros de detención, donde permanecen hasta ser enviados de vuelta a sus países de origen.
Infantes
El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) denunció la semana recién pasada que más de 26 mil menores no acompañados han sido detenidos en la frontera de Estados Unidos, durante los primeros seis meses de 2016. En su mayoría provenientes de Guatemala, El Salvador y Honduras.
En tanto, otros 16 mil, también no acompañados y originarios de los tres países centroamericanos, nunca lograron llegar a EE.UU. y fueron detenidos en la frontera mexicana.
El informe indica que “la gran mayoría de estos niños huyen de la violencia de las maras, o pandillas callejeras, de las que son víctimas, o de una vida de pobreza sin esperanzas”.
“El riesgo de que estos niños no acompañados sean secuestrados, víctimas de tráfico, violación o asesinados durante el trayecto es enorme, y el mayor problema es que el número no deja de crecer”, denunció en conferencia de prensa Christoph Boulierac, vocero de Unicef.
El informe de Unicef recoge que “si bien la mayoría de hombres adultos que son detenidos en la frontera de EE. UU. son deportados casi inmediatamente, las madres y los niños pequeños pueden pasar meses en detención, y los menores no acompañados, incluso años, porque sus casos son revisados por un tribunal de justicia”.
Crisis humanitaria
Esta situación se ha convertido en crisis humanitaria para Centroamérica. Las deportaciones obligaron a países como El Salvador a recibir a criminales organizados en maras hace más de 20 años y permitió la regionalización de estructuras que hoy día son una verdadera amenaza para la seguridad.
En aquel tiempo las naciones no estaban preparadas para “luchar contra estas bandas organizadas” y aún hoy el panorama es poco alentador, y a pesar de que no todos los exiliados son delincuentes, algunos sí llegan organizados criminalmente desde Estados Unidos.
En septiembre de 2014, los presidentes de los países que integran el llamado Triángulo Norte elaboraron los Lineamientos del Plan de la Alianza para la Prosperidad del Triángulo Norte. En julio de ese mismo año los presidentes de Guatemala, Honduras y El Salvador se reunieron para tratar la crisis desatada por los miles de menores migrantes detenidos en Estados Unidos.
Y nació así este plan que “presenta las líneas estratégicas de acción que los gobernantes suponen serán la respuesta para contener la masiva migración de indocumentados al país del Norte”.
El plan, con una duración de cinco años, podría llegar a sumar $15 mil millones para los tres países.
En Centroamérica siguen las condiciones que empujan a millones de pobladores a migrar, pues la alternativa es soportar resignados una vida de “miseria e inseguridad”. Los esfuerzos de los gobiernos por realizar avances en temas sociales o económicos resultan ineficientes para evitar que los centroamericanos intenten sumarse en los próximos años a los casi cuatro millones de connacionales que viven lejos de su país.
No hay esperanza de ver una reducción en los flujos migratorios a corto plazo, a juzgar por el Quinto Informe Estado de la Región que detalla estadísticas de Guatemala, Honduras, El Salvador, Belice, Nicaragua, Costa Rica y Panamá. El Istmo está estancado “en producción, en desigualdad social, en la debilidad de las instituciones y, sobre todo, en la calidad y cobertura de los sistemas educativos”.
Y aunque el informe no indica una relación directa, estas serían las razones de fondo que han desterrado hacia Estados Unidos a muchos de los más de tres millones de centroamericanos que allí viven (6.4% de los expatriados, según datos de 2015 incluidos en el estudio). La mayoría proceden del llamado Triángulo Norte del Istmo, con guatemaltecos, hondureños y salvadoreños.
Una de las principales conclusiones del informe del International Crisis Group “Presa Fácil: violencia criminal y migración en Centroamérica” estudia cómo los criminales sacan provecho y explotan a los migrantes.
“Quienes escapan de la violencia de su país de origen vuelven a ser victimizados durante la huida”, podrían ser extorsionados o secuestrados, y son extremadamente “vulnerables” para la industria del sexo, en especial los adolescentes. Solo en Guatemala se cree que el número de estas víctimas supera los 50 mil.