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¿Soberbio yo?

Afirmamos que una cualidad esencial del líder efectivo es la humildad. Pero a veces no nos damos cuenta de que nuestra falta de humildad puede cobrar muchas formas. No siempre la persona que actúa soberbiamente lo hace exaltando sus cualidades y talentos de manera arrogante.

A veces la soberbia toma formas de despotismo, falta de respeto, insubordinación, envidia, hipercrítica, superioridad, mal genio, incapacidad de aceptar los propios errores y otras más.

Investigando sobre la soberbia en el ejercicio del mando me encontré con el artículo titulado “Yo no soy soberbio” en el sitio www.mercaba.org. Desafortunadamente no encontré el nombre del autor, pero extraje de ahí gran parte de estas ideas sobre las máscaras de la soberbia.

La soberbia finge virtudes que no tiene. Importa identificar esas máscaras que usa la soberbia para envenenar nuestras vidas. Suelen presentarse como ideales a seguir. Tenemos que estar alertas, porque frecuentemente ella no muestra la cara, siempre está al acecho y escondiendo su real naturaleza. Veamos algunas de estas máscaras.

Ficticio espíritu de servicio. Comportamiento generoso que se manifiesta como indispensable para el logro de los objetivos y proyectos.

Falso espíritu de justicia. Actitud de búsqueda de justicia sin poder disimular el resentimiento y el afán de venganza. Incapaz de perdonar ni de controlar su indignación o su disgusto.

Distorsión de la verdad. Defiende la verdad a toda costa y con vehemencia, pero impone sus puntos de vista, domina el diálogo con desprecio de las opiniones de los demás. Se cree poseedor de la verdad y lleva la contraria en todas las discusiones.

Falsa sabiduría. Intención de ser intelectual y culto, pero con rigor en sus juicios, controlando la interpretación de los hechos, los criterios de la aplicación de normas y principios y mostrando desprecio de los razonamientos de los demás.

Supuesto espíritu de enseñanza. Muestra notorio empeño e interés por enseñar y dar los mejores consejos. Al aplicar sus enseñanzas aflora su sentimiento de superioridad y suficiencia.

Aparente coherencia. Siempre busca la interconexión de todo, pero ajustando los criterios a su conveniencia e imponiendo sus principios para que su forma de pensar parezca como la correcta.

Falso espíritu de generosidad. Persona espléndida que regala todo. Sus obsequios son estupendos, aparatosos y lujosos. Todo lo que da lo hace para que los demás reconozcan su generosidad, incluso llegando a humillar a quienes reciben sus dádivas.

Exceso de autoestima. Individuo que exagera la muestra de su propia valía y termina comportándose con arrogancia y presunción.

Perfeccionismo. Rabia o enfado que muestra una persona exagerando su reacción ante una contrariedad o un error propio.

Frecuentemente entendemos la soberbia como ese sentimiento de superioridad ante los demás que causa un trato distante hacia ellos. Le llamamos también engreimiento, autosuficiencia, arrogancia, altanería, orgullo, altivez, vanidad. Pero las más de las veces la soberbia se mete dentro de nosotros, nos envenena, y no logramos controlarla.

La soberbia puede disfrazarse de humildad. El soberbio puede decir que es soberbio, para que los demás piensen que es humilde por reconocer su soberbia, habitual en todos. Para reconocer la soberbia lo mejor no es atender a lo que se dice, sino a lo que se hace, sobre todo hacia los demás.

Nuestro liderazgo pierde efectividad, nuestras relaciones pierden profundidad, nuestra paz interior se ahoga, cada vez que perdemos la contienda contra la soberbia. Es engañosa y hábil, sabe esconderse bien. Solo cuando procuramos recibir retroalimentación escuchando con humildad logramos irla venciendo.

La soberbia es orgullosa, autosuficiente, se apropia del mérito ajeno, es autocomplaciente y vanidosa, impositiva y dominante, envidiosa y egoísta, desconfiada y escéptica, dura y terca, calculadora y ambiciosa.

La soberbia está en nosotros: tenemos que descubrirla y combatirla si queremos crecer como personas y como líderes.