Después de la resaca cívica
Mi familia es una auténtica comunidad de personas. Uno de los elementos comunes que nos identifica es que tenemos posturas apasionadas sobre distintas temáticas. Y eso es fuente de discusiones que adornan nuestras reuniones en la casa de mi madre. La más reciente de estas dialécticas fue sobre el civismo en nuestro país. Unos a favor de las antorchas, otros en contra. Unos a favor del desfile, otros no. Unos a favor de la necesaria práctica cívica, otros en completo desacuerdo.
Al final, parece que entre sobrinos(as), hermanos(as), madre e hijos(as), la conclusión pareció alcanzarse en un punto: debemos buscar otras prácticas de civismo.
Soy de la posición de que la parafernalia que hemos aprendido y practicado durante todos estos años no educa ni contribuye a crear amor por el país. Después de las antorchas y de las horas dedicadas al desfile, ¿los niños, niñas y jóvenes sienten más amor por Guatemala? ¿Cómo se crea amor por algo tan abstracto como la palabra “patria”?
La crítica más dura hacia estas prácticas septembrinas no se encuentra en el hecho de que se dedique tiempo a ello sino en el tiempo mal empleado. En lugar de prácticas robóticas, ¿por qué no mejor reflexionar y dialogar, de manera interesante, sobre aspectos de nuestro país?
Está bien, sigamos con nuestros símbolos. Pero, incorporemos estudios y aprendizajes sobre nuestra ecología y sobre las necesarias transformaciones de prácticas cotidianas para proteger nuestro entorno natural y cultural. La Monja Blanca y la Ceiba deben ser resaltadas en este mes (o en los actos cívicos de cada semana) junto a la reflexión sobre la deforestación o la destrucción de fuentes de agua que le generan vida a esos símbolos. Y por qué no comprender de otro modo la letra del Himno Nacional. Mejor sería la posibilidad de otro, más actualizado, más cercano a la vida nuestra, incluso más corto musicalmente. También podríamos pensar en nueva simbología: nuestros ríos, nuestros niños, niñas y jóvenes, el arte nacional en todas sus manifestaciones, los pueblos indígenas como colectividades, nuestras ciudades y sus lugares históricos.
Todos estos actos, acciones, recursos y simbolismos de los que cargamos el mes de septiembre, no están creando ni identidad ni compromiso con el país. No nos engañemos. Pero sí podemos y debemos aprovechar las condiciones creadas históricamente para convertir el mes en una auténtica posibilidad de aprendizaje y de comprensión más plena de nuestra realidad histórica y presente.
Podríamos girar todo el esfuerzo cívico en tres aspectos que podrían ayudarlo a generar aprendizajes profundos, es decir, cambios permanentes y aplicables a la vida de cada aprendiente y su entorno: 1- Las bellezas naturales y culturales de Guatemala. 2- Los problemas (socioeconómicos, políticos, culturales y ecológicos) que vivimos actualmente (sus causas históricas, sus efectos). 3- Los compromisos y acciones que cada quien, desde su edad, situación o condición, puede hacer individual y colectivamente para contribuir a transformar la realidad.
Y algo fundamental: Desmilitaricemos todo el esfuerzo cívico. Ni en el tipo de música, ni en los gestos (“saludo 1, saludo 2”, por ejemplo), ni los movimientos, en nada, debería aparecer, ni por asomo, el militarismo que marca las pautas de estas prácticas en nuestro país. Es mejor la risa, el baile, la expresión libre y creativa, la libertad y el gozo, que los ritos y hábitos que endurecen los rostros y robotizan los gestos.