Columnas

La pasión por el libro

Valéry solía afirmar que “el mundo solo existe para desembocar en un libro hermoso”.  Así, las palabras, las ideas, las imágenes que contienen, hacen sentirnos en casa con algo que no conocíamos, pero esperábamos. Y todo ello viene a cuento por un libro: Nadie acabará con los libros, editado por Lumen y que recoge una larga conversación entre Umberto Eco y Jean-Claude Carrière. Eco, además de ser un profundo conocedor de semiótica, es el autor de novelas como El nombre de la rosa y El péndulo de Foucault, y de ensayos como Historia de la belleza y Decir casi lo mismo, entre otros.

El francés Carrière, por su parte, es uno de los más reconocidos guionistas de Europa. Trabajó 20 años con Buñuel, con quien escribió El discreto encanto de la burguesía, Belle de jour y Ese oscuro objeto del deseo. También es autor de los guiones de otras películas como El tambor de hojalata (adaptación de la novela de Grass) y La insoportable levedad del ser (de MilanKundera).

En esta luminosa charla, abordan la antigua historia de los libros y cómo Gutenberg convirtió el libro en un placer accesible para la mayoría. Además, abordan el reto que implica los soportes multimedia de la actualidad. Eco dice: “El libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez se han inventado, no se puede hacer nada mejor”. Ambos, bibliófilos y coleccionistas de incunables, sorprende la profundidad de sus conocimientos humanísticos.

Este texto es un paseo desde la antigüedad al presente. El conocimiento de autores, obras, ideas rebasa cualquier expectativa. Y no queda más que salir de sus páginas convencido de que la humanidad es, en esencia, palabras. Quizá no seríamos los mismos sin el lenguaje, sin la aventura de pensar o imaginar. Repasan el camino azaroso de estos en épocas de esplendor o de oscuridad.

A pesar que hoy puede contarse con libros electrónicos y discos duros que son capaces de almacenar miles de obras, la vida de estos es limitada. Un disco duro con suerte alcanza unos diez años de utilidad. De esa cuenta, Eco y Carrière, reflexionan sobre la perdurabilidad del libro. A su vez, rememoran el trabajo de los tipógrafos de antaño, que eran capaces de descifrar todas las grafías del mundo y cómo se perdió la costumbre de escribir cartas a mano.

Los autores dan cuenta de antiguos códices, tratados, obras dramáticas, ensayos y de artificios como los de Herón de Alejandría, del siglo I a. C., padre de invenciones increíbles. También de la primera Biblia de 42 líneas y de legendarios encuadernadores, cuyo trabajo hoy cuesta una fortuna. Llama la atención las palabras de Eco al respecto: “Colecciono, como he dicho, todo lo que tiene que ver con la ciencia falsa, estrafalaria, oculta y con las lenguas imaginarias”.

Una de tantas certezas que queda al finalizar el libro es que esos enormes saberes humanísticos desaparecen de nuestro horizonte intelectual, pero a la vez, los libros son como una superficie con un brillo laminar que ilumina la existencia y es antídoto contra juicios e ideas primarias. Lo dijo mejor Kierkegaard: “Es necesario mantener las heridas de la posibilidad”.