Las raíces de la violencia
Miedo, mucho miedo, es la palabra que condensa nuestra condición cotidiana. Sin embargo, el Congreso de la República presentó una iniciativa de ley para evitar el castigo a los menores de edad. Para no ir tan lejos, el martes un sicario menor de edad ejecutó a un chofer en Acatán, zona 16. Por lo mismo, el problema va más allá de la imputación o no de responsabilidad penal de niños o adolescentes.
La violencia de las extorsiones y el sicariato acecha en cada esquina, en cada camioneta, en cada barrio. Más de seis mercados cantonales están bajo el acoso de estas bandas. Muchos marchantes optan por armarse y defenderse. En pocas palabras, el Estado hobbesiano: el sálvese quien pueda. De esa cuenta, esta pandemia no se ataca con leyes o decretos. Sus orígenes nacen cuando la persecución y el crimen político se convirtieron en una regla no escrita. Por lo mismo, se pasó de algo estrictamente ideológico a una construcción social.
Baste con evaluar conductas cotidianas para rastrear con suma facilidad conductas paranoides y graves patologías. Por lo mismo, es común enfrentarse a respuestas irracionalmente violentas frente a hechos comunes, que en otro contexto, tendrían salidas más racionales. De esa cuenta, la truculencia de los crímenes rebasa cualquier interpretación que originan esos males. El resultado, esa filosidad está presente en todos los sectores. Las conductas agresivas son fruto no solo del paso de la pobreza a la marginalidad apocalíptica, también existe una interiorización simbólica de los múltiples demonios que nos desvelan.
Si bien la iniciativa tiene un lado humanitario, resulta insuficiente de cara a la complejidad del fenómeno. Hay que traer a la palestra una cifra: de cada diez guatemaltecos, más de siete son menores de 30 años. Millones no asisten a la escuela y otro tanto, vive en la informalidad o alrededor de bandas criminales dedicadas a la extorsión, la trata y el crimen organizado.
Como es de dominio público, los jóvenes que pertenecen a las maras, provienen de hogares disfuncionales, donde la violencia intrafamiliar, el abandono, el hambre, los abusos es moneda corriente. Estos adolescentes aprenden la dura ley de la calle y la supervivencia. Su única lealtad es el jefe de la clica y su identidad se construye alrededor de una marca de tenis, cierta tipo de música, la marca de la pistola y para ellos no existen límites entre la vida y la muerte.
Sin duda, la protección de los menores es una tarea prioritaria. No obstante, la gravedad de los jóvenes en conflicto con la ley no se resolverá si no es a partir de una reestructuración del Estado y la posibilidad que estos crean que existe el futuro, pero también, el presente, para dejar esa enfermedad psicológica y espiritual que nos aqueja.