Héroe olvidado (II)
Desde su lejana diócesis de Guatemala fray Juan Ramírez de Arellano se mantuvo fiel a la tradición dominica en defensa de los indígenas. Sus propuestas para suprimir el repartimiento y eliminar los cargos de corregidores y alcaldes mayores lo hicieron entrar en conflicto con el sector dominante de principios del siglo XVII, integrado por los criollos y los españoles residentes, quienes eran los beneficiarios del trabajo forzoso y las encomiendas.
El Ayuntamiento de Santiago, se quejó la Audiencia, afirmando que si aplicaban las medidas sugeridas por el obispo los indígenas se rebelarían, dejarían de tributar y se elevaría de forma insoportable el gasto de la Real Hacienda. Que sin el servicio personal los españoles no podrían sustentarse e incluso, al liberar a las indias casadas, morirían sus hijos, al carecer de nodrizas que los amamantaran. El fiscal de la Audiencia, al responder a las denuncias señaló que el obispo procedía con indecencia e imprudencia.
Que su propuesta de liberar a los indígenas y de equipararlos en derechos y salarios con los españoles, era una barbaridad, pues los indios eran enemigos del trabajo, ociosos por naturaleza y llenos de vicios. Rebate los argumentos de fray Juan sobre la disminución de la población indígena a causa del mal trato, indicando que se debía a la tolerancia y misericordia con la que se les trataba, omitiendo castigar sus vicios y borracheras. Lo acusa también de disociador, pues la expansión de sus ideas hacía temer una rebelión indígena. Todos los argumentos de fray Juan, tan repudiados por criollos y peninsulares, pues apuntaban de forma directa al corazón de sus intereses, tuvieron una sólida fundamentación teológica y jurídica.
De sus numerosos escritos, en particular de La relación cierta de agravios que reciben los naturales de las provincias distantes de la Real Audiencia de Guatemala de 1603, su biógrafo extrae los siguientes conceptos: el servicio personal violento y forzado –el repartimiento– es contra el derecho natural que hace a todos los hombres libres, por lo que ningún indígena debía ser obligado a trabajar en forma violenta y sin pago de jornal; el repartimiento y los servicios personales son contrarios al derecho divino y evangélico, así como al derecho positivo eclesiástico, según determinó Paulo III en la bula Sublimis Deus de 1537; el indio trabajador debe recibir un salario justo y ser libre de alquilar su fuerza de trabajo con quien quiera; los repartimientos van contra la justicia conmutativa y distributiva.
Contra la distributiva porque se les imponen cargas que no se ponen a los extranjeros. Concluía que los pecados clamaban justicia ante Dios: opresión del pobre, fraude en su jornal, y homicidio causado en muchas ocasiones por la violencia y el exceso de mal trato. Fray Juan tuvo una amarga disputa por asuntos litúrgicos con el comisario del Santo Oficio, un sacerdote secular -Felipe Ruiz del Corral-vinculado a la oligarquía colonial, que es el tema de una amena novela histórica de Jorge García Granados, El deán turbulento, publicada por la Universidad de San Carlos en 1962.
El conflicto abarcó casi todo el período que fray Juan ocupó la silla episcopal de Santiago. Iniciada en 1604 llegó a su término a finales de 1608, con la victoria del deán, a quien dieron la razón los comisarios del Santo Oficio radicados en México, en lo que seguramente la animadversión que existía contra el obispo por sus constantes denuncias. Fray Juan sale de Guatemala a una visita pastoral a principios de 1609 y fallece en San Salvador el 24 de marzo de 1609, a los 80 años de edad.
No queremos concluir estas columnas dedicadas a la Orden de los Predicadores sin mencionar a la rama femenina de la familia dominicana, integrada por numerosas congregaciones, de las cuales al menos siete tienen presencia en Guatemala, entre ellas las Dominicas de la Anunciata, Misioneras del Rosario, Dominicas de la Presentación de la Santísima Virgen, Dominicas del Cenáculo y Dominicas Misioneras de San Sixto, que prestan tantos y valiosos servicios en la labor pastoral, la educación, la promoción social y atención a los más necesitados. Que Dios bendiga a la familia dominicana con muchos siglos de fructífera existencia.