Columnas

Hace 25 años

Hay épocas que marcan historia e historias que marcan épocas. Cada quien puede seleccionar en el repertorio de sus vivencias esos momentos especiales, únicos, irrepetibles, y que son capaces de provocar las mejores sensaciones de satisfacción y nostalgia al mismo tiempo. Inició en 1980. A lo lejos recuerdo mi ingreso por esa pista de tierra que me pareció enorme; mi mirada iba enfocada en mis zapatos que, a pesar de ser nuevos, poco a poco se fueron ensuciando conforme caminaba lenta y pensativamente hacia mi salón de clase, Prepa B. Allí comenzó la aventura, una aventura que duraría doce años, doce años en los que más allá del aprendizaje académico que pude obtener, logré adquirir experiencias de vida que me fueron formando y que contribuyeron en gran manera a convertirme en la persona que ahora soy.

Durante esos 12 años en el Liceo Guatemala, tuve la experiencia de haber aprendido de grandes maestros; no sé si los mejores, pero si puedo decir que en muchos de los casos se observaba la pasión y dedicación con la que se entregaban hacia sus clases y sus alumnos.

Para algunas personas el colegio sencillamente se convirtió en una etapa de formación, un edificio que les permitió instruirse cognitivamente, pero para otros se convirtió en una época que dentro de nuestra historia ha jugado un papel preponderante; no por la construcción, no por las materias recibidas, sino por todo el proceso de relaciones significativas que fueron desarrollándose a lo largo del tiempo y que hoy, 25 años después de haber salido de ese centro de estudios, siguen siendo memorables no solo dentro de nuestro recuerdo racional, sino desde todas las emociones que representaron.

El tiempo ha pasado inexorablemente; 25 años se dice fácil, pero en cada uno de nosotros se han dibujado diferentes historias que nos han llevado por distintos rumbos, situaciones, países, condiciones; pero si algo sigue intacto es el recuerdo de esa época en la que salir corriendo a la cafetería a comprar un tortrix y un pan con frijoles era parte de la rutina; la serenata para festejar el nombramiento de la madrina del colegio, los encuentros deportivos con los colegios rivales, ¡y qué decir de los desfiles del 15 de Septiembre!. 

Fue el 18 de octubre de 1991 cuando fuimos despedidos por parte del colegio como sus alumnos, pero ese mismo día creo que quedó impregnado en nosotros el compromiso por seguir siendo parte de él en los años venideros. Mucho ha pasado desde aquel entonces; la vida no ha sido fácil para ninguno, pero sabiendo eso es que quedó impregnado en nosotros el saber que “el león puede ser abatido, pero nunca vencido; viva el león jodido”. ¡Muchas Bendiciones Promo ’91!