Empatía en la pluralidad
Por: Roberto Recinos
No escribo para discutir o no la viabilidad de las estrategias de protesta de Codeca, aunque esa conversación sea también muy necesaria. Mi estímulo viene de la casi total falta de capacidad del ciudadano urbano de clase media para entender y sentir las luchas campesinas, solo porque son luchas que supuestamente no comparten.
Pero la realidad es que mientras sufra uno, sufrimos todos. Las causas campesinas son causas de todos, sobre todo si sus exigencias están llenas de legitimidad democrática. Hablar en tono santurrón sobre marcos de legalidad o sobre productividad, en el contexto de luchas de emancipación colectiva, es demagógico. Especialmente cuando los grupos que pretenden su liberación han sido históricamente silenciados por el Estado y sistemáticamente saqueados por la empresa nacional y transnacional.
Lo que Guatemala necesita con urgencia es un ejercicio colectivo en otredad, en donde personas de un grupo vean la vida desde la perspectiva del otro. El otro siendo esa persona que en principio no pertenece a nuestro grupo. Por geografía, por privilegio, por historia, por cosmovisión, por urgencias. Nos urge conciencia del otro y la otra, y sus circunstancias. Empatía, en fin. Como decía la lúcida entrada de Jonathan Menkos ayer en las redes,“una sociedad que se preocupa más por construir certidumbre de lo banal (el tráfico, el estado del tiempo, la señal de Internet, el tipo de cambio, la distribución de los productos), y que deja de luchar por la certidumbre de lo profundo (el empleo, la protección y seguridad social, la dignidad, la democracia) es una sociedad fallida […]”.
Pero Jonathan no es el típico líder de opinión en este ensayo de país, mientras su voz pasa desapercibida (por aquello de las hegemonías), los que gozan de excesiva presencia en espacios de amplia difusión nos mandan a pensar de la resistencia rural como un crimen imperdonable, y de quienes marchan oprimidos como sujetos antisociales, así, sin más. Esa falta de deseo y capacidad de entender a los otros grupos que conforman Guatemala, sigue siendo nuestra principal causa de parálisis nacional.
¿Y si en lugar de satanizar lo que no conocemos o no entendemos, trabajamos juntos por la composición de un nuevo sentido común? Es oportuno reemplazar los mitos que le dan forma a nuestra cultura y que nos lanzan en cruzadas casi siempre desenfocadas, por un plan de desarrollo nacional incluyente, y que se ajuste a las demandas reales de todos los guatemaltecos y todas las guatemaltecas. Pero sin esos mitos patriarcales, religiosos o capitalistas que nos envuelven en una burbuja de falsa uniformidad, y nos hacen ignorantes de las necesidades de los demás, e indiferentes al sufrimiento ajeno.
Porque quien sirve a su causa sin interesarse en las demás causas, no sirve a ninguna causa. Se termina sirviendo a sí mismo, perpetuando el mayor de todos los mitos: que en la individualidad está la esperanza. Si trabajamos en concierto para erradicar la desigualdad institucionalizada; la misma que impide a ciertos grupos desarrollarse debidamente a pesar de su mérito, habremos logrado mucho. Pero para ello es necesaria una gran dosis de empatía y otredad, que ahora mismo nos falta.