Columnas

La responsabilidad del privilegio

Por: Roberto Recinos

Yo crecí leyendo muchos comic books.  Disfrutaba con especial asombro de las historietas del hombre araña. Su creador, el respetadísimo Stan Lee, había establecido el tono narrativo desde el primer tomo, al inventar un propósito para su vástago de ficción: “con gran poder debe también venir gran responsabilidad”. Yo he olvidado muchas cosas de ese mundo de mentiras, pero nunca olvidé esa gran verdad: cuando la vida te da poder, el servicio es deber. 

En Guatemala, se estima, que el 60% de personas viven en condiciones de pobreza. El 25% en pobreza extrema. Esto resulta en una condición de inamovilidad social, en la exclusión de las mayorías de las instancias de toma de decisión, y en estados de vulnerabilidad aumentados. Pero ojo, lo anterior no quiere decir que “el resto”, es decir, unos seis millones de guatemaltecos, vivan en riqueza y abundancia.  Casi todos estos constituyen una desfalleciente clase media, media. Ahora sí, en verdadero peligro de extinción. Cargando también su dosis de opresión, viven para sobrevivir y aspirar con dignidad a un pequeño algo. No demasiado más.

Si decimos que la pobreza implica desprotección, ¿a qué tipo de amenazas políticas están expuestas las personas y familias que viven en estados de pobreza? Se les ofrecen salarios mínimos insuficientes para satisfacer sus necesidades más elementales, les expropian sus tierras bajo términos paupérrimos y sin justificación colectiva, criminalizan sus luchas rebalsadas de legitimidad democrática, o discriminan sus formas de organización y su interpretación del universo, por mencionar algunas de esas amenazas.

Los privilegiados somos superminoría. Eso es lo primero que debemos comprender. Lo segundo, es que la posición de privilegio nos es dada por fortuna. Es azarosa. En otras palabras, no espor mérito del depositario del privilegio. Solo utilizarlo honrosa y responsablemente nos hace dignos de él. Y si entendemos el privilegio como un medio, y nunca como fin, podemos decir entonces que nacer y desarrollarte con privilegios es una form a de empoderamiento por default para interrumpir el estado injusto de las cosas, y para facilitar la evolución de todos. El privilegio es, en definitiva, una herramienta idónea para hacer el bien.Se aprovecha,o se desperdicia, pero nunca permanece neutral.

Mientras los privilegiados se mantengan serviles al establecimiento, preservando jerarquías patriarcales, fortaleciendo patrones de exclusión, perpetuando mitos capitalistas, adjetivando procesos perversos como ‘democráticos’, y en general normalizando la maldad, las opciones de transformación social profunda se desploman por debajo del mínimo viable. Cuesta pensar en veneno más peligroso para el bien común que la racionalización de estructuras de concentración de poder en pocas manos.

Quienes gozamos de posicionas ventajosas, porque fuimos al colegio y a la universidad, porque crecimos bien alimentados, porque podemos recurrir a las cortesías que ofrece un capital social amplio y vigoroso, somos pocos en Guatemala y debemos usar estos poderes con máxima responsabilidad. Nos es reclamado, pues, un gran quehacer de justicia social desde el espacio que nos haya tocado administrar. En mi caso, no fue sino hasta dimensionar mi propio privilegio en su justa medida que fui capaz de ponderar mi responsabilidad social y política, porque “con gran poder, viene gran responsabilidad”, y el privilegio es poder. Cuando la injusticia y el sufrimiento me obligan, tomo partido claro, aunque el destino me haya colocado del lado privilegiado. Sobre todo por eso.

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