Columnas

El fraude a la democracia

A Refugio, mi madre, quien hoy cumple 90 años de amor y lucha. Para el papa Francisco, “la corrupción es un fraude a la democracia y abre las puertas a otros males terribles como la droga, la prostitución y la trata de personas, la esclavitud, el comercio de órganos, el tráfico de armas, etcétera”.

En un mundo regido por la avaricia extrema, personalizada en el Club Bilderberg, que gobierna el planeta, es importante difundir una voz crítica, que es cabeza de 1,272 millones de católicos, y ha sido considerado el hombre más influyente del orbe, en su doble papel de Papa y jefe del Estado Vaticano. El jueves pasado, el pontífice fustigó la corrupción y la explotación, en la reunión que mantuvo en el Vaticano con los participantes de la Conferencia Internacional de las Asociaciones de Empresarios Católicos (Uniapac).

El pontífice argentino en su discurso recordó que en el pasado ha denunciado que “el dinero es el estiércol del diablo” y sostuvo que las empresas “no deben existir para ganar dinero”, sino “para servir”. “Es la ley de la selva disfrazada de aparente racionalidad social. Es el engaño y la explotación de los más débiles o menos informados. Es el más craso egoísmo, oculto detrás de una aparente generosidad. La corrupción está generada por la adoración del dinero y vuelve al corrupto, prisionero de esa misma adoración”, sostiene el papa Francisco.

En esta línea argumental, el pontífice aseguró que “la corrupción es la peor plaga social. Es la mentira de buscar el provecho personal o del propio grupo bajo las apariencias de un servicio a la sociedad. Es la destrucción del tejido social bajo las apariencias del cumplimiento de la ley”. En su alocución reconoció que “todas las actividades humanas, también la empresarial, pueden ser un ejercicio de la misericordia” y reflexionó sobre “tres riesgos” que la actividad empresarial asume con frecuencia: “el riesgo de usar bien el dinero, el riesgo de la honestidad y el riesgo de la fraternidad”.

Esos tres riesgos no los corre casi ningún empresario en Guatemala, donde solo un tercio paga el salario de ley, que es literalmente de hambre. El salario mínimo vigente de actividades agrícolas y no agrícolas es de Q2 mil 747.04, mientras que la Canasta Básica Alimentaria, al mes de octubre, alcanzó los Q3 mil 905.64, mientras la básica vital ya llega a Q7 mil 127.09. En otras palabras, el salario mínimo apenas alcanza para cubrir el 70.3% de los alimentos, o el 38.5% de la Canasta Básica Vital. Tres miembros de la familia trabajadora tendrían que contar con empleo para poder mal vivir. Pero el desempleo es creciente, por lo que el 70% de la población económicamente activa sobrevive en la informalidad.

En ese contexto de brutal injusticia, los miembros del CACIF insisten en establecer salarios diferenciados y el trabajo de tiempo parcial, para explotar aún más a los trabajadores, a contracorriente de la Constitución y la legislación laboral.  Según un reciente estudio de Asíes, en el sector de la banca y los seguros, de 2012 a 2016, los trabajadores aumentaron la productividad en 28%, cuyo rendimiento per cápita anual pasó de Q175 mil a más de Q225 mil; a cambio, los banqueros les redujeron el salario en 8%.

Este año, la inflación interanual ronda el 4.75%, pero los empleadores han mantenido la postura de que no haya aumento de sueldos, ante la Comisión Nacional del Salario. En mayo pasado, el Papa advirtió que enriquecerse con el trabajo precario es “pecado mortal”, y sostuvo que quienes lo promueven “son verdaderas sanguijuelas y viven de la sangre de la gente y crean esclavos del trabajo”. Amén.