Editoriales

El flagelo de la corrupción

La corrupción es un fenómeno enraizado en el país, el cual se ha acrecentado de generación en generación. En distintas épocas y periodos de gobierno ha habido personas que se han visto en la necesidad de dar dinero para conseguir que sus trámites avancen, o se los han solicitado para agilizar expedientes o para cumplir algún trabajo. Esta es la mínima expresión de la corrupción, porque se ha dado a gran escala, a niveles superiores de los funcionarios. Estos nunca entendieron que quienes los llevaron al poder confiaron en ellos, pero no respondieron. La corrupción en los diferentes gobiernos se ha dado empezando por el amiguismo, al colocar a personas de confianza en puestos donde gozan de impunidad y sirven a intereses de quienes se enquistaron para aprovecharse de los recursos que aporta el pueblo. De la corrupción no se han escapado presidentes, vicepresidentes, ministros, diputados, alcaldes y otros que tienen que ver con la función pública.

La corrupción es un fenómeno complejo y generalizado y la lucha contra la corrupción es un asunto de todos nosotros, este fenómeno contribuye a la inestabilidad, la pobreza y es un factor determinante de los países hacia el debilitamiento del Estado. Es un hecho que ningún país está a salvo de la corrupción, y todos los países tienen la responsabilidad de ponerle fin. La corrupción es el mayor obstáculo al desarrollo económico y social en todo el mundo. Cada año se paga un billón de dólares en sobornos, y se calcula que se roban 2.6 billones de dólares anuales mediante la corrupción, suma que equivale a más del 5% del Producto Interno Bruto mundial. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), se calcula que en los países en desarrollo se pierde una cantidad de dinero diez veces mayor que la dedicada a la asistencia oficial para el desarrollo.

La corrupción afecta e impacta a las personas, las comunidades y las naciones. Debilita la educación y la salud, socava los procesos electorales y refuerza las injusticias, al viciar los sistemas de justicia penal y el Estado de derecho. También desvía recursos nacionales y extranjeros, con lo que da al traste con el desarrollo económico y social, y acentúa la pobreza. La corrupción perjudica a toda la población, pero los pobres y los vulnerables son quienes más sufren sus consecuencias, traducidas en menos prosperidad, menos respeto por los derechos, menos prestación de servicios y menos empleo. La corrupción, entonces, gana la batalla en tanto la ciudadanía convive con ella y la percibe como una situación que no se puede modificar. Es falso que sea imposible erradicar. Lo anterior viene resaltado en un comunicado que difundió la CICIG.

 

Redacción

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