Columnas

Coherencia

Nada es definir la vida y el camino. Nada es hablar al inicio y callar al final. Nada es sembrar aplausos, para terminar en el fondo del olvido: ese amargo olvido de los demás,  o el más amargo de los olvidos, el de nosotros mismos.

¿Tan difícil es la coherencia que santifica la fidelidad? Ser fiel a las palabras. Ser fiel a los actos. Estrechar las manos de una persona joven que sale y se enfrenta contra la injuria, décadas más tarde el dueño de aquellas manos ya no será el mismo, ya no tendrán la misma fuerza, su saludo tendrá que ser esquivo, huidizo: se ha convertido en la injuria misma.

La coherencia nos hace estúpidos ante los incoherentes, que son la gran mayoría. Ser un incendiario que pasa a bombero. Ser un revoltoso que pasa a esquirol del poder. Ser un hedonista que pasa a ser un mojigato. Ser el  panfletario insufrible que terminó siendo un  besamanos acaso de los peores.
Humildad y mesura no son los mejores términos, pero son las palabras que sostienen la coherencia: “De lo que no puedas hablar, mejor cállalo”, dijo mi admirado Ludwig Wittgenstein. Detrás de la ignorancia viene lo que no debemos prometer. Ahí donde riñe el plazo que nos impusimos es donde se quiebra la fe de lo que somos. Donde nunca hubo encanto no surge el desencanto. Si las cartas están puestas sobre la mesa es porque no queda nada bajo las mangas.

Todo esto, querido lector, está escrito con una intención: mi mayor deseo porque la poesía no se aparte de nuestras vidas. Elija 1, 2, 3 o 4 principios y defiéndalos hasta el último respiro. Haga de su vida una ética, no una moral. Entonces llegará la  poesía, la liberación y el recuento de la coherencia propia, la suya, la de nadie más.