Columnas

Recuperar el sentido de la paz

Ayer se cumplieron 20 años del Acuerdo de Paz Firme y Duradera suscrito entre Gobierno y URNG, ocasión propicia para reflexionar sobre el sentido de la paz. Es indudable que dependiendo del grado de sufrimiento o de los intereses de cada quien, la manera en que se entendió lo que sucedió fue distinto para los diferentes grupos y sectores del país. Los movimientos populares entendieron la paz como apertura de espacios nuevos para desarrollarse organizativa y políticamente en búsqueda de justicia social y derechos nuevos. Los cauces institucionales serían medio diferente con límites y riesgos, pero menos amenazas a la vida y a la seguridad. Unos movimientos avanzaron y otros retrocedieron hasta languidecer. Para aquella generación de luchadores sociales, pensar en la eliminación de la represión como política estatal y como fuente de graves violaciones a los derechos humanos, era un salto de proporciones históricas.

Los que ejercen el poder desde el dinero, las propiedades y las influencias acumuladas, tenían un sentido distinto de la paz. Era de sosiego guerrillero para acceder a territorios inexplorados opoco explotados, apertura de mercados, nuevos negocios y vetas de enriquecimiento. A los políticos rentistas no les quedaba de otra que buscar mecanismos para evitar perder el control del orden establecido y los beneficios que les puede permitir obtener. Era cuestión de sonreír y prometer, aunque después no se cumpliera. Y en efecto, no se cumplió. Para el grueso de la población fue difícil entenderlo. En oriente los sobrevivientes de los sesenta y setenta guardaron silencio y las nuevas generaciones se endurecieron y entendieron lo sucedido como algo lejano en el tiempo. En el occidente fue más difícil, pues las familias de víctimas y victimarios siguen conviviendo juntos y aún no termina de hacerse justicia frente a tanto dolor infligido. Para el sur la tarea ha sido difícil, pero con la esperanza que todo cambie. Y en el centro, la desconfianza ha pesado mucho, pero se siguen buscando caminos.

Quienes nacimos en los años sesenta y posteriores, crecimos y aprendimos la vida en un ambiente de restricciones y controles. Los uniformes, las armas y los vehículos sin placas, así como las noticias de asesinatos y de personas desaparecidas, fueron parte de la cotidianidad. Trascender esas condiciones era difícil de creer. Así, la lucha por la paz tiene un sentido necesario de recuperar. El centro de su convocatoria fue la democracia, pero más allá de la formalidad de votar y de cambiar funcionarios. El sentido de aquella paz en democracia era participación, apertura de espacios de soberanía popular, una nueva concepción de desarrollo, romper con las fuentes de empobrecimiento, desigualdad, impunidad y corrupción. Esa parte aún no se logra, hace falta. Recuperarla iniciativa es tarea de todos. Que 2017 sea un año venturoso para Guatemala, con la democracia nacida en la justicia, el bienestar y la paz.