Columnas

2017: espiritualidad y política

Podríamos hacer del 2017 un año para transformaciones profundas y levantar un faro que ilumine nuestra navegación en esta realidad tan difícil y compleja. En la medida que podamos profundizar nuestra interioridad y clarificar nuestros anhelos y compromisos sociopolíticos, en esa medida podremos avanzar sin deteriorarnos en el intento. La espiritualidad (que no tiene que ver con religión o doctrinas) se refiere a esa profunda necesidad humana de encontrarnos con nuestra interioridad, de reconocernos como seres que podemos trascender. Tiene que ver con esa búsqueda de significados que le den fuerza a nuestra vida. También representa el encuentro de aquello que, desde adentro, nos provee de esperanza, de alegría, de optimismo, de energía para enfrentar las duras situaciones. De resiliencia personal para continuar, porque, ¿para quién la vida no es dura y difícil?

La espiritualidad es el reconocimiento de que al buscar algo más profundo nos conectamos a otras y otros y edificamos la compasión y el amor a la vida. Y su consecuencia es la búsqueda de relaciones basadas en el respeto y la armonía, esas que de verdad construyen la paz entre individuos y colectivos. Así, la espiritualidad nos ayuda a encontrar un sentido de vida que nos haga desear sentirnos vivos, con plenitud y energía. Pero también nos ayuda a descubrir la gana de ser humanos por las relaciones que construimos. Por eso, está claro que la paz solo puede provenir de seres que desde su interioridad la sienten y la anhelan construir. Aquí es donde los discursos, las lecciones, las políticas públicas, las obligaciones o normativas, solo pueden tener receptores y ejecutores a organismos pacíficos desde su propia intimidad. Y por favor, ¡no sintamos que la espiritualidad es un capricho pequeño-burgués! (como el género y otros temas, en otros tiempos).

Pero la espiritualidad, por esa misma razón que propicia compasión, empatía y anhelos para todos los seres vivos, no puede vivirse fuera de la realidad, ni se reduce al propio ser que la vive. La espiritualidad se expresa en la visión, el compromiso y la práctica de una ciudadanía comprometida con las transformaciones. Es espiritual indignarse por la injusticia, la exclusión y la negación de derechos humanos. Es espiritual anhelar el resarcimiento, la dignificación y la justicia para las víctimas del enfrentamiento armado en nuestro país. Y por eso debe tener un sentido espiritual organizarse, construir proyectos y procesos dirigidos a la igualdad y dignificación de los pueblos oprimidos y explotados en nuestro país. Desde nuestra interioridad es como construimos un compromiso que nos ubica en contra de quienes explotan y a favor, clara y completamente, de los pueblos e individuos explotados.

Espiritualidad sin lucha política es un fuego que se apaga en la propia dimensión de la persona individual. Lucha política sin espiritualidad es un esfuerzo que puede reducirse a discursos o acciones temporales que no trascienden, que no incluyen a más, que en cualquier situación se destruyen o corrompen. Los grandes ejemplos de hombres y mujeres construyendo otro mundo en nuestro planeta siempre nos evidencian una fuerza interior inquebrantable y una visión y movilización política y social sostenida.  Así, 2017 puede ser, como cualquier otro tiempo, una interfaz entre nuestro mundo interior y el mundo exterior, para seguir caminando hacia la utopía de la dignidad, la justicia y la igualdad.