Columnas

Blanca

Blanca era una mujer con una ética irreprochable hacia el trabajo. La necesidad como madre soltera para sacar adelante a sus seis hijas no le dejó, durante su corta vida de 45 años, otra opción. Una de sus actividades económicas consistió en abrir una tortillería, la cual complementaba su ya exiguo presupuesto. Como muchas guatemaltecas, desde muy temprano se levantaba para caminar largos trechos y dirigirse a sus diferentes trabajos. En las noches retornaba a su hogar para cumplir su doble función de madre y padre. La casa consistía en tres cuartos, construidos de madera y lámina en un sector marginal de la ciudad.

Sus últimos días los pasó en dos casas, la suya atendida por sus hijas y, luego donde sus hermanas. El cáncer la consumió. El humo de la leña en la tortillería le provocó esta enfermedad. Esas trágicas ironías de quienes encuentran causa de sus enfermedades en los trabajos, que son fuente de ingresos para poder sobrellevar sus vidas.

Cuando a Blanca le detectaron la enfermedad, luego de visitar diferentes médicos, el cáncer era avanzado, por lo que era urgente su tratamiento. De inmediato se procedió para que fuera atendida en el Hospital General donde accedieron sin problema alguno. Pero Blanca en el marco de su profesión de fe se negó a la gravedad de su situación, pues la iglesia evangélica a la cual asistía optó por otro tipo de medicina consistente en la oración, indicándole que ya se había curado. Pero su negativa al tratamiento médico provocó la metástasis y, por tanto, reducir las probabilidades de su expectativa de vida al mínimo.

Un vendedor de suplementos nutritivos le mostró un catálogo prometiéndole que al consumir los mismos curaría incluso el cáncer. Su dolor lo reducía con medicamentos que llegaron a ser ineficaces, por lo que pasó unos cuantos meses en cama. Posteriormente se trasladó al sillón de un vehículo que servía como sofá en su dormitorio y a la vez era la sala de su casa. Su dolor poco a poco fue mermando su fortaleza.

El estado de Blanca fue tan crítico que en el hospital llegaron a negar que padecía de cáncer para no invertir en ella los escasos recursos con que contaban. A esto se añadía la negación de ella y su familia del tipo de enfermedad que padecía, pues esta ya había sido supuestamente curada por los rezos que el pastor y los miembros de la iglesia habían realizado.

El deterioro fue de tal magnitud, que familiares de ella decidieron cambiarla de casa. Un lugar donde sus hermanas la atendieron con cariño y dignidad. Por estar mucho tiempo en el sillón, también le inició un dolor de cadera intenso. La lucha de la familia generada por el amor y la esperanza condujeron a la aparición de un naturista, quien erróneamente diagnosticó que no era cáncer lo que Blanca tenía.

Era un problema de cadera y él ofreció que con seis terapias lo corregiría y la curaría de una vez y por todas. Pero cada terapia tendría un costo de 2 mil quetzales. Blanca sobrevivió una terapia y finalmente murió entre Navidad y Año Nuevo. Me pregunto hasta cuándo la pobreza y la falta de educación harán aún más vulnerables a millones de guatemaltecos. No hay derecho que las iglesias encuentren dispensas a su ignorancia o engaños y estafas para enriquecer a sus supuestos profetas.

El Estado no puede seguir ajeno a la precariedad de los servicios de salud y debe poner límites a los estafadores que hacen negocio de los incautos aún ante la muerte, sean nutricionistas o vendedores de productos supuestamente milagrosos. En memoria de Blanca Chigüichón.