Columnas

Nobel degradado

El Nobel de Literatura concedido al cantautor estadunidense Bob Dylan ha sido tan cuestionado como el de la Paz entregado en su oportunidad al presidente Barack Obama. Por supuesto que en música Dylan es popular, como lo es Arjona o Mercedes Sosa, pero con perdón del Comité Noruego, la literatura es otra cosa. No es primera vez que el Nobel va a manos equivocadas. Pasó lo mismo con Obama. Una carrera política brillante, pero con esfuerzos pacíficos nulos. Los únicos logros que se pueden apreciar de su gestión son dos: los acuerdos sobre el programa nuclear de Irán y el restablecimiento de relaciones con Cuba, ambos, posteriores a la concesión del Nobel en 2009. Una de dos: o el Nobel se ha ido empequeñeciendo o ya no hay grandes figuras. En lo personal he sido admirador de Dylan. Sus canciones, igual que los blues y los tangos de arrabal son ajenos a los fines comerciales, pero no tienen otra trascendencia, ni profundidad, ni mueven al sistema. Lo que dice la Academia de que Dylan como cantautor es un poeta no tiene fundamento. No es excusa porque, entonces, el reconocimiento también se lo hubieran merecido Arjona, Juan Gabriel o Silvio Rodríguez.

 La justificación de la Academia Sueca no es suficiente: “por haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición americana de la canción”. ¿Qué dirían Bertrand Russell, Hemingway, Juan Ramón Jiménez, Albert Camus, Mijaíl Shólojov, Miguel Ángel Asturias, Pablo Neruda, Octavio Paz o Tagore? ¿No será acaso, como dice una crítica mexicana, Avelina Lésper, que la condescendencia de ser “inclusivos” es un afán demagogo que está arrastrando al arte y la cultura a bajar su nivel de creación, con la facilidad de llamar a cualquier estrofa “poema”, o que la nueva poesía florezca entre la simpleza y el twitterazo y que hasta el corrido del narco sea considerado literatura? ¿Será que la poesía, como la filosofía y la historia, están perdiendo adeptos cada día y que lo superficial, lo rápido, lo corriente, lo mediocre, están ganando terreno? A ese ritmo muy pronto tendremos a raperos recibiendo el Príncipe de Asturias.

Nuestro amigo Alfredo Saavedra, escritor guatemalteco radicado en Canadá, dice que en los inicios de la carrera de Dylan, allá por 1960, el cantautor arreglaba canciones que se identificaban como poesía y que algunos de esos versos fueron publicados. Pero ¿es eso suficiente? ¿No hay en Rusia, Estados Unidos, España, Inglaterra, México o Nicaragua, escritores de profundidad y calidad, aportando día a día a la literatura? ¿Y si comparamos a Dylan con Mario Roberto Morales, Gustavo Bracamonte, Humberto Akabal, Francisco Méndez, Ana María Rodas, Alfredo Saavedra y otros poetas y escritores guatemaltecos? Bien podría decirse grandes respecto de Bob Dylan. Mejor es aceptar de plano que música y literatura son cosas diferentes. No es la intención hacer de menos al cantautor estadunidense. No es eso. Quizá hasta él ha de pensar lo mismo. Es tanta su indiferencia que ni siquiera asistió al acto de entrega del galardón.