Columnas

Dos bases de la memoria histórica

Las jóvenes generaciones de nuestro país necesitan saber, comprender y descubrir lo ocurrido en nuestro país, de manera abierta y plena, principalmente en aquellas épocas de más oscuridad. Por ejemplo, el conflicto armado interno. La educación formal es uno de los caminos para que niños, niñas y jóvenes conozcan la noche histórica más terrible y puedan construir sus fundamentos de indignación ante la muerte, la negación de la dignidad, el abuso y todo tipo de sufrimiento causado entre hermanos. Deben llegar a saber sobre las terribles acciones que enlutaron tanto a nuestra sociedad.

Superemos ya la inútil discusión sobre si es necesario o no que se aprenda sobre el conflicto armado histórico, o si tiene algún tipo de aportación en la vida actual. Claro que hay que ver para adelante, pero sin dejar de comprender lo vivido por tanta y tanta gente. Quienes enarbolan la consigna de “olvidemos el pasado”, o “sigamos adelante sin ver para atrás”, o “¿para qué remover las heridas?”, etcétera, muchas veces lo hacen por ignorancia o por su cercanía o identificación con quienes, desde el poder, fueron responsables de tanta muerte y dolor. Son dos las bases para insistir en que la memoria histórica debe estar presente en todo esfuerzo educativo nacional: la base ética y la base política.

Cuando hablamos de que la educación debe permitir la comprensión lo más profunda posible de la historia de violencia y opresión, lo hacemos desde la consideración de que es necesario establecer el amor por la vida y la dignidad, no para remarcar lo contrario. Es ético que las jóvenes generaciones cuiden la vida, que la defiendan, que la protejan, que se indignen por el abuso, la violencia o la exclusión por ideas, color de piel, género, cultura, orientaciones sexuales. Para ello, la educación debe asumirse como la práctica de la ética de la inclusión y la diversidad que utiliza el conocimiento histórico para propiciar el descubrimiento de causas, consecuencias y procesos violentos para perfilar una manera diferente de sentir la vida.

La otra base es la política. Se trata de que, sin ningún tipo de miedo o control del pensamiento y la expresión, nuestras jóvenes generaciones descubran quiénes y por qué fueron los causantes del dolor y la violencia. Podrían talvez así descubrir mucho de la realidad que vivimos en la actualidad. Esto seguramente puede llevar a la comprensión de que la guerrilla fue causante de muchas situaciones totalmente condenables, pero sobre todo, descubrirán que fueron las fuerzas militares y los sectores del poder civil nacional (con vínculos con poderes fuera de nuestras fronteras) quienes utilizaron los recursos del Estado para matar, desaparecer, arrasar, destruir.

Aprender a reconocer que el Ejército fue el principal actor en esa tragedia terrorífica no puede ocultarse. Hubo otros actores que, insisto, también deben ser señalados. Pero jamás se podrá negar la desproporcionalidad de las fuerzas, ni la diferencia que se encuentra en crear la violencia “desde y en nombre del Estado” (con todo el uso de recursos e instituciones que ello significó). Este aprendizaje político no puede seguir siendo negado ni ocultado, si pretendemos que desde la verdad y la memoria histórica se construyan los cimientos para el desarrollo de nuestro país. Conocer y comprender el conflicto armado interno puede ser, en este 2017, un valioso instrumento educativo para que la educación contribuya al desarrollo y el cambio en nuestro país.