Si pones el muro, ¿en dónde jugará tu ego?
Hay una cosa que me cae bien de Trump: su honestidad. Sí, claro, las cosas que muchas veces ha dicho por tal honestidad nos han caído como balde de agua fría a muchos sectores. Cosas que nos han chocado en un mundo políticamente correcto, en donde la política es un juego de ajedrez sucio disfrazado de una aleatoria lotería. Su impulsividad, su agresividad, su ego.
En mi laboratorio, tratar de cavilar como este sujeto de estudio, Donald Trump, me hace sumergirme en un egocéntrico y vomitivo espiral, un ello luchando contra el superyo, un síndrome de niño rico, un “demasiado bueno” para cualquier Melania. Tan querido como odiado, este sujeto ve la presidencia como un trofeo más en el estudio del penthouse de su Trump Tower, seguramente embadurnado de oro como todo lo que para él “distingue”: entre más dorado, más “fino, elegante y caro”.
Si supiera que el dorado pantone Mimosa es taaan 2009. Seguramente la Tesorito siente envidia de ver tanto refulgente hasta en el pelo de este Trump (que resulta que sí es de él, a diferencia de Stalling y sus destellos cobres que lució esta semana). Pero, bueno, de regreso a lo que me cae bien de Trump: su honestidad. Resulta refrescante ver a un sujeto tan dorado decir lo que piensa sin pelos en la lengua.
Sin embargo, que sea honesto no significa que sea inteligente. Y esto es lo que me choca: la superpotencia se dejó llevar por propuestas chorreadas con dorado (pero no es un brillo de oro, sino de mera y parca fantasía). Trump personifica y representa los mudos gritos del estadounidense que no se atreve a confesarse racista, misógino, homofóbico.
“¡Al fin alguien lo dice!”- deben gritar en silencio mientras miran a un monstruo de pelo dorado que ataca a la humanidad a través de tweets y amenazas surreales. Sí, es honesto. Sus tweets son bofetadas sin cesar. A Hollywood, a los latinos, a los musulmanes, a Putin. Pero no es inteligente. Claro, llegó hasta la Presidencia, la mitad por chiripazo y la otra por la coyuntura que le sobaba con un as bajo la manga.
Pero resulta con ideas como las del muro: típico macho alfa que defiende su territorio y piensa que, toscamente, los problemas tan controversiales como la migración de personas de un país a otro se detienen con un estúpido muro. Si el problema ahora son las paredes, pregúntenle al Chapo que es experto en túneles. ¿Qué vendrá después? Muros subterráneos para evitar túneles. Pero, esos se pueden dinamitar.
Gastar millones en un muro que no va a detener el problema es estúpido. Es tan estúpido como quererle hacer la competencia a Las Vegas con un fallido Atlantic City. Son cosas que no resuelven el problema. El problema debería de afrontarse de raíz. Las personas seguirán entrando, a como dé lugar, y las remesas seguirán creciendo. El muro no detiene al que anda con hambre, solo lo vuelve más creativo.
El problema no radica en por qué entran, sino en por qué se van. Y quizá ahí está también la solución. Deberías de cruzar tu honestidad con un poco de inteligencia. No, Trump, no deberías hacer el muro. Porque te vas a aburrir en tu jaula de oro. Porque no tendrás a quién recriminarle todo el estado caótico de la superpotencia. Porque tu sopa mexicana nunca sabrá igual. Porque, si haces el muro, ¿en dónde jugará tu ego?