Mirilla indiscreta

Una Constitución hecha por todos

Yo sé que para quienes los temas legales o jurídicos, los desalientan como lectura, el título que precede a este trabajo, los puede desanimar de entrada. Y viene al caso destacar esta actitud, porque por esa razón, vemos con tanta indiferencia los temas relacionados con la justicia, su aplicación y el marco de sustentación que se hace indispensable para garantizar su teórica condición de instrumento fundamental para sustentar la convivencia social pacífica y justa como parte de un Estado de derecho.

De tal tamaño es nuestra indiferencia en relación con esos asuntos, que solo en ocasiones, nos apasionan o decepcionan, como consecuencia, de sentirnos como un pueblo defraudado, en casi todos los aspectos, y poder encontrar, especialmente en la justicia penal, una forma de saciar nuestro repudio a todos nuestros males: La corrupción, la política, los políticos y esa forma tan criticada y arraigada en la creencia popular, por la manera antipatriótica, de gestionar la cosa pública. Y nos exalta, emociona y excita, cada vez más, muchas veces, haciendo caso omiso de la cordura y el sentido común, que los jueces se transformen en verdugos, las prisiones en recintos llenos de ratas para que devoren a los sindicados y finalmente las sentencias que nunca llegan, en pelotones de fusilamiento, listos para ejecutar a los malvados.

Por esa razón me resistía a discutir el tema de la Reforma Constitucional, con unos amigos que me invitaban para hacerlo. Si he llegado a tener mucho más de 30 mil lectores por entrega, pensé con poca modestia: con ese tema los voy a espantar. Pero la tan cacareada reforma, por lo que uno ve todos los días, pareciera empujada por un tractor que arrasa, arrolla y desacredita a quienes la defienden, señalándolos como cómplices de la oscuridad y de la delincuencia de Estado, y poder justificar así cualquier acción represiva.

Ni mi tricentenaria Universidad de San Carlos de Guatemala, se salvó de la atrevida sindicación, y hoy ya la tienen en la picota pública. Mucho menos otros valientes que en medio de semejante tsunami de lodo y basura, se atreven a honrar al libro de libros que recoge la Ley de todas las Leyes.

Yo que desde el principio, a falta de otros instrumentos, postulé mi pluma, como mi único recurso, para transformarla en modesta defensora de la Justicia, no pude resistirme a conocer del tema, que seguramente, las próximas semanas será discutido y por temor pobremente defendido, como si se tratara de un inservible papel maldito y defenderla, más peligroso que capar a un león sin anestesia.

La cita se concretó finalmente en El Peladero así llamado desde tiempos inmemoriales el Parque Centenario, por ser el centro de las pláticas y conspiraciones de la vieja Guatemala, contiguo a la llamada Plaza de la Constitución, para más ironía, compuesto por ese espacio frente al Palacio Nacional de la Cultura, que de símbolo majestuoso del poder, se degradó progresivamente a ser un recinto sin más trascendencia que su imponente y magnífica estructura, donde de manera cotidiana se cambia una rosa como símbolo de la Paz, que en inminente peligro, por la temperatura del ambiente social, explosivo y amenazante, puede transformar en espinoso cacto lleno de espinas, listo para defenderse frente a la guerra.

Y lo más irónico todavía, es que en ese parque, El Centenario, reservado para la lectura de los diarios, el lustre del calzado de jubilados y desocupados en vigilia cerca de la Casa Presidencial. Y algunas veces, el pequeño paraíso de jóvenes enamorados en cuchicheos íntimos e inolvidables, al costado de un palacio imponente pero sin el señorío del pasado que nuestro triste presente le negó.

Pero lo verdaderamente irónico es que en la esquina que da para la sexta avenida, según consta en una placa conmemorativa, estuvo instalado el edificio que en 1821 sirvió de escenario para nuestra Declaración de Independencia Nacional. ¡Nos asalta la duda ¡¡Un Palacio sin Poder¡… ¡Y una placa conmemorativa que proclama una mentira¡ De ahí, que en tiempos como los actuales, frente al hambre, desempleo, delincuencia común arrasadora, canasta básica inalcanzable para el nivel de los salarios, educación pública deficiente y la privada carísima, sin esperanza de seguridad social para todos, ni seguridad personal para ninguno. Mucho menos prestAciones que velen por los jóvenes y también por los adultos, que habiendo cumplido su misión, deambulan sin destino buscando la caridad de los parientes.

Frente a esa situación, cada ciudadano se vuelve un verdugo en potencia y endiosa a quien ocupando ese papel, se transforma en el hacha, social, inclemente y ejecutora de la transitoria y muy emocionada venganza popular.

Qué leyes se aplican… importa un pito… cómo se aplican… importa menos… quién las aplica… entre ser héroe o justo… se sube en los hombros de la plebe, para que lo vuelvan héroe. Pero el colmo, se da, cuando desconociendo derechos, procedimientos y normas que garantizan la certeza en la sanción del supuesto delincuente, armamos tribunales paralelos de discusión pública, una especie juzgadores sin cargo, con el suficiente estímulo y cobertura, que inmersos en la infinidad de mecanismos de comunicación alternativa al alcance de los dedos de la gente, condenan sin juicio… mucho antes de que se inicie el proceso.

Y si esto ya es grave. Ignorar que existe una ley de leyes, cuyo surgimiento, reclamó la convocatoria al pueblo, para devolverle la paz y la concordia y se juntaron ochenta y ocho representantes de esa soberanía popular para redactarla como Ley de Leyes de la República. Ignorar ese sagrado acto de transferencia sentida, política, jurídica y popular para redactarla, constituye una irresponsabilidad de gran tamaño y una decisión, que en algún momento, pesará en la conciencia de quienes decidan atropellar el espíritu nacional de la Constitución Política de la República.

Cuando toco estos temas, no puedo dejar de expresar mi propio punto de vista. Mis amigos, quienes opinan o me invitan a que les escuche, me parece que muchas veces aterrorizados por las circunstancias, y por el temor generalizado a explorar y discutir en democracia, los tópicos tabues que nos afectarán en el futuro, se inhiben, se callan, hablan en voz baja, temen que les escuchen, que les graben, que los acusen y finalmente que los linchen.

Pareciera que una voz escondida pero poderosa, le resta posibilidades a la disidencia democrática e imprescindible. Emulando a uno de los mentores de Francisco Franco, el vitalicio dictador español, me refiero a don José Millán-Astray y Terreros que en pleno recinto de la Universidad de Madrid dato corregido por un exconstituyente de Excepción don Danilo Parinello, tocayo de otro entrañable amigo mío de apellido Roca. A este don Edmundo se le había colado la de Salamanca, como lugar del histórico encuentro y debate, pero presente don Danilo, quien llegó con su acostumbrada caballerosidad y puntualidad inglesa a la reunión que contaré a me a tiempo como les decía don Millán-Astray se permitió gritarle al filósofo don Miguel de Unamuno.

“Muera la Inteligencia, Viva la Muerte”, pero lo importante de la respuesta de Unamuno para sentar su posición frente a semejante atropello y disparate, quizá se pueda resumir, más allá de su célebre, abundante y brillante intervención, en un breve pensamiento que retrata la consecuencia de no provocar la discusión y el debate frente a ideas no compartidas: ¨Muchas veces el silencio -sentenció el filósofo- se puede confundir con la aquiescencia¨ . Es decir – agrego yo- con la aceptación. Y la Democracia está fundada en el debate, la participación y fundamentalmente en la libertad.

Cuando bajo cualquier excusa o justificación se pierde una porción de legítima libertad, se pierde toda. Después de don Parinello, uno a uno comenzaron a llegar mis contertulios, se veían molestos, cansados algunos por el viaje y otros, con poco entusiasmo por las circunstancias -Sabe cómo me siento don Edmundo -me dijo don Arturo López, uno de los firmantes de nuestra Constitución– como un artista sin escenario -se lamentó– nos quitaron el micrófono -dijo como un sí- mil y poco podemos hacer por evitar que mutilen el trabajo de consenso que logramos reunir en la Asamblea Nacional Constituyente.

Pero cuénteme don Guillermo, le dije a otro de los integrantes de aquel cuerpo colegiado, según recuerdo electo por el departamento de Petén, quien sin esperar mi pregunta -inició su intervención-. Esas elecciones han sido de las más votadas en la historia electoral del país -apunto orgulloso- con más del 70 por ciento de participación en toda la República, don Edmundo.

Dato que me permitió plantear la pregunta que no pude hacerle en el principio: ¿Cómo se llegó a integrar una mayoría tan importante para la redacción y aprobación del texto constitucional?- interrogué con atención, vea, inició su respuesta -No se puede olvidar que nuestra Constitución Política surgió producto de un auténtico interés por devolver a Guatemala a una senda democrática, después de una sucesión de regímenes militares que a partir de 1970 presidió el general Arana Osorio y se mantuvo hasta el 23 de marzo de 1982 por un golpe de Estado que dio fin al gobierno del general Lucas García y que presidió otro general, don Efraín Ríos Mont, iniciándose un proceso de apertura política, con el establecimiento del Consejo de Estado, donde estaban representados todos los sectores… desde luego, aclaró, a la medida del espacio permitido por don Efraín y que presidió el ingeniero Jorge Serrano… Se sentía la intención de don Ríos de alargar por tiempo indefinido su gobierno. Una señal fue, continuó el relato, la separación y persecución de los civiles que habían participado en el movimiento y que tenían como propósito, a su inicio, la convocatoria a un nuevo proceso electoral en el plazo de 90 días, situación que obviamente no fue de su agrado y al separar a los triunviros y quedarse solo en calidad de Jefe de Estado, finalmente provocó que año y medio después de su toma de posesión, el ministro de la defensa general Óscar Humberto Mejía Víctores le diera a su vez otro golpe de Estado a don Ríos Mont.

Con Mejía se inició el verdadero proceso de apertura democrática, favoreciendo en su gobierno, la convocatoria a la Asamblea Nacional Constituyente con la participación de todos los sectores políticos, con la sola excepción de quienes estaban participando en la lucha armada, y que culminó con el proceso, que permitió la elección del primer gobierno de la era democrática presidido por don Vinicio Cerezo…

Vea usted cómo es la vida de jodida, don Edmundo, agregó el constituyente Pellecer. Al artífice de la apertura democrática general Mejía, se le terminó acusando de crímenes de guerra, sindicación inesperada, que aceleró su muerte como apestado y otro de aquellos que participó en el inicio de la apertura a un nuevo, espacio político, y quién también por su oposición enfrentándose a don Efraín, fue retirado del triunvirato que sucedió al general Romeo Lucas en marzo del 82, fue un coronel, hoy preso, por supuestos delitos de guerra y que además participó, con otros Guatemaltecos escogidos por su representatividad, para formar parte de la Comisión de Reconciliación Nacional que presidió doña Teresa de Zarco, copropietaria de Prensa Libre y viuda de uno de los fundadores de ese medio, don Isidoro Zarco, asesinado por la guerrilla.

Hoy ese personaje, que se suponía. debía ser honrado por su contribución a la paz y apertura democrática, y que con una modesta pensión de un poco más de tres mil quetzales, ha tratado de vivir con gran dignidad, se encuentra preso, sujeto al debate, en un proceso, acusado con otro grupo de militares, de desaparición forzada de un menor… Me refiero don Edmundo, desveló el nombre del personaje, al coronel Francisco Gordillo que de triunviro pasó a perseguido por no convalidar la presidencia de don Efraín… en aquel gobierno. Fomentó la paz, con gran empeño, en el proceso iniciado en 1986, desde su modesta condición de jubilado con esa pensión verdaderamente miserable.

Supuestamente, el proceso de paz y los acuerdos firmados en 1996 en el gobierno de don Álvaro Arzú había terminado con el conflicto hace 20 años, cuya consecuencia más ingrata sería heredarlo a la juventud con su carga de rencor y odio, concluyó, contundente el exconstituyente que poco pudo dejar para mi imaginación. ¿Y el capítulo de los Pueblos Indígenas? pregunté, aprovechando la presencia de Fermín un viejo y reconocido líder de Totonicapán, que también formó parte del grupo de aquellos 88. Mirá Edmundo, me contestó con energía, te tengo que decir, que soy amigo de Evo Morales, recién regresé de Naciones Unidas y participo con frecuencia como uno de los líderes de los 48 cantones, en Ginebra, como anciano reconocido por nuestra gente.

Te digo esto, puntualizó, porque somos trabajadores y no vivimos de la limosna internacional, ni nos interesa. luchamos, somos comerciantes y lo que aspiramos es vivir en paz y que nos dejen trabajar. Te puedo asegurar que no somos de los que caminamos por gusto a cambio de unos centavos. Gracias a Dios, hemos salido adelante y te lo vuelvo a repetir, vos Edmundo, me dijo a manera de conclusión. Esa nuestra Constitución fue por primera vez, que reconoció nuestra cultura y nuestros derechos como pueblos indígenas y esos derechos, nos permiten, como a todos los guatemaltecos, hacer lo que la ley no nos prohíbe y al gobierno no hacer lo que la ley le prohíbe.

Ese espíritu se puso con nuestra alegría en esa Constitución. Y podés contar, vos Edmundo, que el constituyente Gómez lo que quiere que seamos, es guatemaltecos que trabajemos juntos por el bienestar de todos. Fermín, con ese porte de campesino sabio y conocedor de su medio, me hizo pensar que el espíritu nacional existe. Que llegar a una Constitución como la nuestra, no ha sido producto de ocurrencias ni de la improvisación. Y que sus reformas, nunca fueron aprobadas por el pueblo. La primera, para convalidar los acuerdos de paz, con escasísima participación fue rechazada, dejando inconclusa la participación del pueblo en su aprobación.

Y las impulsadas por el gobierno de De León Carpio, padre del Procurador de los Derechos Humanos y gestor de esta reforma, entre sus grandes conquistas, lograron prohibirle al Banco de Guatemala prestarle dinero al gobierno de Guatemala, haciéndole un negocio constitucional a la banca privada, que con intereses de mercado, ha constituido uno de los mejores negocios de esas instituciones, acreedores privilegiados del Estado.

Reformas sin Asamblea Nacional Constituyente y aprobadas por un Congreso que no las ha hecho, ni consultado a fondo, pareciera convocar anticipadamente a la oposición de la población, como ha sido siempre.

Una oposición innecesaria que nos costará, sin embargo, Q300 millones ¡Púchis que generosos somos con el pisto del pueblo!.

Danilo Roca (Edmundo Deantés)

Jurista, analista político, luchador por la libertad.

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