Columnas

El desvanecimiento del prójimo

Nuestra sociedad está marcada por signos desgarradores que se vierten en contra de los inocentes. Somos una comunidad maldita, que ve cómo matan a niños y jóvenes como si no fuesen seres humanos y nuestra respuesta es resguardarnos en la línea divisoria que marca nuestros guetos, donde paredones y garitas resguardan a los más queridos, pero sin hacer nada por el resto. A lo sumo solo somos observadores de las notas rojas en nuestro propio coliseo o plaza de noticias filtradas por la radio, la prensa o la televisión. El prójimo que debemos amar tanto como a nosotros mismos se ha desvanecido y con él el principio básico de convivencia.

«En este sentido, pareciera ser que la niñez está bajo la amenaza constante u sufriendo hechos en su contra»

¿Cómo podemos siquiera entender sucesos como el secuestro, maltrato, violencia, violaciones o asesinatos en contra de niños y jóvenes? La frustración y la ira que nacen en una sociedad enferma se vuelcan en contra de quienes deberían concentrar todos nuestros esfuerzos de protección. Sabemos que aquellos que están expuestos a esta tragedia sin salida, luchan cada día para sobrevivir y proteger a sus hijos. Como dijo el abuelo de uno de los dos niños recién estrangulados por un cobarde que los secuestró: “Dejo la justicia en manos de Dios”. En lo más profundo de su dolor sabe que la justicia terrenal no fue diseñada para su nieto, su familia ni para quienes le rodean en San Juan Sacatepéquez. Esta situación es equivalente a nuestro silencio cuando se sabía, pero también se evadía, que había comunidades siendo masacradas y la niñez era parte de los rituales de la muerte.

En esta ocasión les tocó a dos niños indefensos, en otras han sido niños sometidos al suplicio de los padres de familia o niñas abusadas y que luego resultan ser víctimas mortales. En este sentido, pareciera ser que la niñez está bajo la amenaza constante y sufriendo hechos en su contra. También observamos que de sobrevivir al abuso, no solo de los padres, sino de un sistema que se caracteriza por la ausencia de oportunidades educativas y laborales. La respuesta en contra de los adolescentes que se enrolan en acciones al margen de la ley ha sido plantear acciones para combatirlos como si fuesen enemigos o delincuentes sin razón alguna. Hemos visto incluso linchamientos y cómo les prenden fuego en situaciones que se convierten en actos públicos y celebraciones de una venganza que muestran el fracaso y la impotencia.

Para los pocos que están al margen de la lucha por la sobrevivencia en contextos donde la vida se la juega uno cada día, el asunto se resuelve exclusivamente por la vía de la defensa a ultranza del derecho de los padres a la crianza de sus hijos a pesar de la disfuncionalidad de la familia, la penalización de los menores, la disciplina férrea y el aumento de la vía represiva. Pero pocos valoran la inversión que debe realizar el país para proteger y desarrollar de manera sana a los infantes y jóvenes. ¿Hasta cuándo nos quitaremos este lastre que llevamos por siglos que pone en la guillotina a quienes supuestamente debemos proteger? ¿Qué debemos hacer para que efectivamente cada ciudadano, los poderes reales que operan en el país y el Gobierno hagamos algo diferente por los niños y jóvenes de Guatemala? ¿Acaso hemos confundido el rumbo y lejos de promover la vida somos la sociedad inviable que se traga y mata a sus propios hijos? ¿Hasta cuándo nos ensañaremos en contra de la tarea más sagrada que se nos ha encomendado con la formación de los infantes? Vaya como una insuficiente condena y repudio a la constante violencia y asesinato de niños y jóvenes.